Sunday, September 18, 2011

La frontera sur en tiempos de Godoy: la misión de Badía en Marruecos y las bases de las posiciones diplomáticas españolas sobre el Magreb

La frontera sur en tiempos de Godoy: la misión de Badía en Marruecos y las bases de las posiciones diplomáticas españolas sobre el Magreb [83]
Sheij Husain Abd Al Fatah García
Biblioteca Islámica Ahlul Bait (P)
Angelitos N° 3, Artículo N° 4
Libros.ir
11 de Marzo de 2003


Fue Don Antonio Cánovas del Castillo quien afirmó que la mejor política exterior española consistía en "no tener política exterior" (sic), y en buena medida a este paradójico principio parece ceñirse la Historia diplomática de este país, concretamente en lo que concierne al sur del mapa peninsular, especialmente en los dos últimos siglos. Por su parte, fue el Príncipe de la Paz, Manuel Godoy y Álvarez de Faria, uno de los artífices principales de esa aparente falta de política exterior española, la cual desde antes de sus gobiernos, y hasta éstos nuestros días, parece haber consistido, esencialmente, en eludir la realidad de la vecindad, con sus imposiciones y condicionantes, y paradójicamente en una sistemática intervención subrepticia en los asuntos internos del Magreb [84].

Entre los años 1803 a 1807 un singular español de nombre Domingo Badía y Leblich, de origen catalán -concretamente oriundo de Barcelona-, empleado como administrador del Real Monopolio de Tabacos en Córdoba, se embarcó en un, no menos, singular viaje que le llevó por buena parte del Norte de África y el Oriente Próximo -que en aquellos días aún no lo era tanto-, viaje y misión de los que nos dejó personal y cumplido relato de sus periplo y actividades en un libro publicado en francés con el título de Voyages d`Alí-Bey en Afrique et en Asie [85]. El itinerario en cuestión fue, en una buena medida, financiado por el entonces poderoso Godoy y, si aceptamos como veraces las insinuaciones del propio Badía y de Godoy mismo en sus "Memorias", tenía por objetivo, al menos en su origen, evaluar e informar al gobernante sobre la siempre confuse situación política interior marroquí [86], captar voluntades en los venales espacios de poder del sultanato; y lo que era más importante, en caso de no poder alcanzar acuerdos políticos sólidos, sembrar, aún incipientemente, algún tipo de discordia entre los actores políticos principales de aquellos reinos, a fin de -debilitando el Marruecos imperial- hacer de él un vecino susceptible de poder ser manipulado y, por ende, sumiso a los deseos e intereses españoles, que ya tenían en los ingleses un competidor efectivo en la zona. Finalmente hay que añadir que era ésta una misión que pretendía secreta y eventualmente llegar a establecer con algún poder títere local una alianza que fuese verdaderamente vinculante y que uniese ese norte magrebí y el quimérico futuro reino del Algarve, que posiblemente Godoy ya imaginaba y fraguaba, por aquellos días, como la gratificación napoleónica a sus servicios.

No aseguraremos que Manuel Godoy se comportó como un estadista de altos vuelos y complejas miras en esta cuestión, que aún siendo interesante e incluso vital para sus planes personales, por inciertos que éstos pudieran ser, la cuestión magrebí era un asunto aún prácticamente marginal en el complejo concierto de la política exterior española de principios del siglo XIX; sin embargo, sí concederemos una cierta perspicacia y penetración visionaria a nuestro paisano cuando afrontó la cuestión con mas osadía y picardía política que franqueza y lealtad para con los magrebíes, quienes sistemáticamente habían ignorado sus propios pactos y acuerdos, ya que decidió enviar a un personaje como Badía a esa extraordinaria misión, y puesto que optó por encargársela a alguien que hoy, y con la actual perspectiva de los métodos de espionaje y diplomáticos, podemos definir como "un aventurero", que si bien no era un tipo de personaje aún infrecuente para la época, sí aportaba personalmente algunos aspectos singulares de los que nos ocuparemos seguidamente, que hacen que el encargo aún hoy nos parezca interesante.

Hasta el momento en que Godoy, por cuenta del reino de España, desembolsa el dinero que permitiera a Badía emprender su viaje, los responsables de la política exterior española en la zona, tradicionalmente habían recurrido a los religiosos -especialmente a los franciscanos [87] - y a los comerciantes -generalmente catalanes o judíos, o tal vez ambas cosas [88] -, para conocer la situación interna del palacio local, de cuyas cambiantes, imprevisibles y desconcertantes circunstancias se derivaba, generalmente, el estado de las relaciones entre ambos países. Fue Godoy quien pensó, posiblemente siguiendo su propia intuición de intrigante palaciego, que era llegado el momento de introducir en los círculos políticos marroquíes un elemento que, con la apariencia de un convincente e inocente viajero oriental, observase de primera e íntima mano el estado y solidez del trono xerifiano en aquel preciso momento político, y de la inclinación diplomática de su siempre precario propietario -aunque tal vez fuese mejor decir: usuario, pues recuérdense las convulsas circunstancias sucesorias que se habían producido a la muerte de Sidi-Mohammed, los conflictos entre sus diversos hijos, y la precariedad del éxito político y religioso del entonces sultan Muley-Suleiman-. A esas alturas de la común Historia, los españoles habían aprendido respecto de Marruecos que el monarca vigente no siempre era una pieza fundamental en el juego de ajedrez diplomático de la región, sino que por lo general -en concreto en lo que concierne a nuestro siglo XVIII, desaparecido Muley-Ismail en1727-el Sultán, por definición, era alguien siempre a punto de perder dramáticamente tal condición a manos de un hermano o primo políticamente más ágil, mejor relacionado con los grupos de poderes fácticos, o simplemente más fuerte o implacable e inclemente con sus oponentes [89].

Ya en el año 1799 se había firmado un acuerdo diplomático entre el mencionado Sultán Muley-Suleiman y el rey Carlos IV, convenio que retomaba el tono diplomático de los días políticamente felices de los padres de ambos monarcas, de esta forma se solventaban los problemas habidos en el anterior reinado xerifiano, cuando su hermano Muley-Yazid, basculando hacia la amistad con los ingleses, había alterado la estrategia de su padre, Sidi-Mohammed, que se había soportado básicamente en un sistema de cautas buenas relaciones con la España, aún poderosa, de principios y mediados del s. XVIII. Ese tratado del año 99, surgido tras la pintoresca embajada de González Salmón [90], hubiera concedido a las relaciones diplomáticas entre ambos reinos un cierto viso de modernidad; esto es de estabilidad, veracidad, coherencia en los objetivos, etc., si el gobierno de Godoy no intuyera que por parte marroquí era una simple formalidad para dilatar, aliviándola, la presión de la vecindad española, que exigía de Marruecos un posicionamiento con el bloque franco-hispano; lo que implicaba cierta beligerancia con los ingleses, presentes en el Mediterráneo, así como en el Estrecho, y merodeadores avizores de las Islas Canarias y el Archipiélago de Madeiras, beligerancia que los magrebíes no llegaban a estimar útil para sus intereses diplomáticos.

Hay que mencionar que el desconcertante comportamiento de las autoridades marroquíes, en los días de gobierno de Muley-Yazid, dejaba en el aire cancilleresco la convicción de que los tratados y acuerdos sólo eran papel si no se conseguía alguna otra forma indirecta y soterrada de participar en las decisiones de los africanos, lo cual hasta esa fecha se traducía en la más burda y descarada compra de influencias, habida cuenta la venalidad del entorno palaciego de los reyes magrebíes, aunque tales influencias eran tan inestables como los acuerdos oficiales. Pese al comentado buen tono entre los reinos en los días de Carlos III y Sidi-Mohammed, especialmente tras la célebre embajada del notable marino español D. Jorge Juan [91], el primer movimiento diplomático de su breve sucesor fue convocar a los más importantes cónsules y representantes extranjeros, de entre los que tenían residencia en Tánger, a la sazón capital diplomática de aquel reino; convocatoria que exceptuó al delegado británico, y que tuvo por objeto reunirlos para hacerles saber a todos a la vez -una forma local de humillación diplomática- las desproporcionadas exigencias tributarias del nuevo monarca, principalmente en lo concerniente al tráfico naval. Especialmente severa fue la actitud desairada y las exigencias taxativas respecto de los intereses españoles, lo que derivó la cuestión del plano de los gravámenes portuarios al político, ya que el Sultán ante la protesta española, que apelaba a los recientes acuerdos, mandó tomar como rehenes a los misioneros franciscanos, que eran considerados, no sin razón, agentes oficiosos de la monarquía española, y puso sitio a Ceuta, aunque infructuosamente, ya que la ciudad estaba muy bien defendida y los medios marroquíes eran harto precarios. De forma que, podemos afirmar, se salió del siglo XVIII con la experiencia de que los convenios con aquellos sultanes eran un pobre sistema de establecer cautelas diplomáticas; todo lo cual acontecía en un siglo en el que se había desarrollado hasta el paroxismo la dinámica tratadista entre los estados europeos, y en el cual los embajadores empezaban a ser los diplomáticos, tal como hoy los conocemos, ya que ejercían una labor política efectiva, articuladora de voluntades políticas e intereses de todo tipo.

El siglo XVIII, y concretamente el reinado de Carlos III se había caracterizado por el juego tratadista, especialmente en el que podemos denominar el periodo Floridablanca, que con el tratado de San Ildefonso de 1777, y el tratado con Turquía en 1782, habían sentado las bases, al menos teóricas, de las actuaciones diplomáticas españolas en el Mediterráneo, por lo que se hacía muy evidente la necesidad de un acuerdo que al inicio del siglo XIX asegurase a la corona Española y a Portugal una cierta calma en el golfo de Cádiz.

Así pues, en ese siglo argumentador y racionalista, los españoles lidiaban al vecino del Sur con las intemperantes bagatelas del tipo de las que los enviados Jorge Juan y González Salmón hubieron de regalar a príncipes y cortesanos, como si de modernos turistas se tratase, a fin de atraer sus codiciosas voluntades a tratados que duraban lo que el interés por aquellos juguetes -armas galantes, perros de caza, relojes con carillones, telas y abanicos, etc.-. En este momento y contexto, nos parece que Godoy aportó a la Historia de la diplomacia hispana, un nuevo estilo de actuar: el espionaje, si bien aún lo hizo de forma rudimentaria e intuitiva. Más allá de cualquier consideración que en la actualidad se pueda hacer sobre lo que es políticamente correcto, nuestro ministro comprendió que con aquellos magrebíes los pactos frutos de regalillos y fruslerías eran papel mojado, y que lo estratégicamente efectivo era la intervención interior, de forma que a ese propósito se debió su apoyo al plan de Badía. En definitiva Manuel Godoy, del que lord Holland [92] dijera que era un ignorante que confundía Rusia con Prusia, y las Islas Asiáticas con la Liga Hanseática, demostró mejor sentido que los diplomáticos de raza para entender qué se podía esperar de los tratados con los sultanes del Sur, y cómo solventar la situación [93].

Anteriormente, la embajada y acuerdo posterior de Jorge Juan, sólo permitió, al menos durante un breve periodo de tiempo, frenar la influencia de los ingleses, que a las ordenes de George Glarr [94] hostigaban los barcos y las posiciones españolas frente a la costa atlántica magrebí; lo cierto es que este marino británico fue apresado y encarcelado en Las Canarias, lo que debió disuadir al partido anglófilo, en la corte marroquí, que las armas y medios diplomáticos españoles, al menos en esa área geográfica, aún eran el elemento hegemónico; no obstante, no debió ser definitivo, pues la actitud de Muley-Yazid evidenciaba que en cualquier momento los vínculos con los sultanes podrían verse comprometidos. Posiblemente de esta evidencia debió surgir la idea de intervenir subrepticiamente en los asuntos internos del vecino sureño; lo cual se nos presenta como verosímil especialmente si se considera que para el partido de Godoy y su reina, el asunto tenía visos de supervivencia política, ya que el referido Tratado de San Ildefonso había atado a los españoles a los intereses franceses y no había componenda posible con los británicos para convenir alguna fórmula participativa que satisficiese los intereses regresivos de los Borbones y los impetus expansionistas de los ingleses.

En 1801,pues, ese Domingo Badía y Leblich hizo llegar a los círculos de decisión política del gobierno español, básicamente controlados por el grupo de Godoy y María Luisa de Parma, un aparentemente descabellado proyecto de viaje científico por el interior de África, el cual había de ser llevado a efecto en compañía del, entonces célebre, naturalista Rojas Clemente. Aprobado el proyecto, ambos personajes fueron enviados a París y Londres a fin de aprender a manipular los instrumentos científicos que pretendían utilizar, e incluso podríamos decir "exhibir" en su viaje. Así mismo, cuenta Cánovas en sus "Apuntes", que ambos personajes se instruyeron a fin de "pasar por verdaderos mahometanos" (sic), cuestión ésta con la que nosotros diferimos en cierta medida, puesto que al menos Badía estaba ya en disposición de representar su posterior papel con plena verosimilitud, ya que se sabe [95] que en el momento de ofertar su proyecto estaba muy versado en la escritura, lectura y conversación en lengua árabe; y por cierto, que a juzgar por su caligrafía nos inclinamos a pensar que había adquirido su formación en esa lengua de una fuente norteafricana culta, pues lo conservado de ella denota el estilo florido y amanerado de los antiguos calígrafos andaluces, que se conservara en el Magreb hasta el inicio del siglo XX, como un signo de rancia ilustración.

Lo cierto, parece ser que llegado el momento de hacer verosímil el disfraz de musulmanes que el proyecto requería, Rojas Clemente no se atrevió a ser circuncidado, requisito ineludible para parecer un musulmán auténtico, y desistió de la empresa, dejando al ya Alí-Bey solo para continuar con el plan. Nuestra reflexión tiene en esta anécdota un punto de interés, dado que si las relaciones entre España y el Sultán Muley Suleiman, a partir del tratado firmado por González Salmón, eran oficialmente consideradas como muy buenas ¿Dónde residía la necesidad de introducir a Badía en el país, y con el disfraz de un príncipe oriental? Especialmente si sólo era con el supuesto fin de desarrollar una expedición científica. Un científico español posiblemente hubiera sido más atractivo para aquel sultán, especialmente cuando éste, según la sólida y experta opinión de Cánovas [96], desde el inicio mismo de su reinado dio muestras aparentes -más adelante comprobaremos que no era exactamente así- de ser un filoprogresista, y un buen amigo de los españoles. Desde un primer momento el rey moro se mostró a Badía/Alí-Bey como un inquieto por las novedades científicas y tecnológicas, a la vez que un devoto hombre de fe, ya que su formación era la de un estudioso de un establecimiento coránico tradicional, aspecto que no fue evaluado convenientemente por los conjurados - Badía y Godoy-, lo que posteriormente supuso la construcción de un plan de intervención de dudosa efectividad, al menos en lo que concierne a la apuesta interna, ya que se había desestimado, por parte de estos analistas hispanos, el hecho de que su pietismo lo hacía muy popular, y consecuentemente estaba políticamente protegido por el partido de los juristas islámicos, siempre determinante en los turnos dinásticos marroquíes.

Nos inclinamos a pensar que el proyecto requería de aquella guisa de disfraz por dos motivos, tal vez complementarios. En primer lugar la cobertura científica era un elemento de verosimilitud con la identidad de xerife abasí que Badía pergeñó, pues en el retrasado Magreb de aquella época, existía la idea de que Oriente era el referente intelectual y científico del Islam. De Oriente venían las tradiciones legales y escolásticas de la más pura doctrina musulmana; oriental era el califato turco, aún tenido en el mundo musulmán de aquel tiempo como un referente político destacado, etc., por otra parte la identidad de xerife, esto es, de descendiente del Profeta (PBd) del Islam, imbuiría a Alí-Bey de una respetabilidad que habría de ser muy útil, si de medrar y navegar por las procelosas aguas palaciegas marroquíes se trataba. Por otra parte, y en segundo lugar era importante no presentarse como occidentales, a fin de no exacerbar la desconfianza del influyente partido religioso en el concierto político local, que en el anterior reinado había sido de capital relevancia.

Parece evidente que los marroquíes, especialmente ese partido religioso, desconfiaban de los españoles y demás europeos, a los cuales veían hacer evaluación de las posibilidades, no sólo comerciales, sino de explotación de las materias primas de la zona [97]. Téngase presente que en este momento es cuando los ingleses empiezan a tomar un verdadero interés por explotar la actual provincia de Huelva, y puesto que la geología norteafricana era muy similar a la del sur español era fácil suponer que el Rif y las tierras en torno a Tetuán y Tánger habían de ser de no poca utilidad mineralógica. Por todo ello se hacía conveniente un viaje de evaluación, que no despertara ni el recelo, ni dañara la autoestima de los locales, que en futuros tratados podrían desear hacer valer sus prendas naturales, léase el valor real de sus recursos mineros, pesqueros y agrícolas, así como su incipiente pero notorio potencial mercado de consumo, especialmente de equipamientos, y de material militar, aunque, evidentemente los españoles fueron muy cautos en lo concerniente a dotar a los marroquíes de equipos navales, artillería efectiva y modernas armas.

Sin embargo, y aquí radica nuestro objeto de interés en esta comunicación, además Godoy debió tener un interés personal y especial para apadrinar la expedición de Badía, dado que se hacía evidente que estaba en juego el orden interno marroquí, y puesto que el Sultán del momento aún era considerado desde Madrid como un precario monarca, y el anterior se había comportado como un manifiesto enemigo de los intereses hispanos, que es lo mismo que decir que había sido un propenso oído para las ofertas inglesas. En aquel momento, como ya hemos apuntado, ser anglófilo suponía, especialmente en esta parte del Mediterráneo ser anti-español/francés; y puesto que en tal coyuntura el Estrecho de Gibraltar ya tenia el valor estratégico que la primera mitad del siglo XX le ha dado definitivamente, una alianza entre ambas orillas suponía el control del transito por la zona, si Godoy personalmente podía ofrecer a Napoleón la llave del Estrecho, especialmente si conservaba su gestión y control, acabaría por ser indispensable en el ajedrez diplomático del momento [98].

A tal tenor, continúa afirmando Cánovas en sus "Apuntes" [99], que las más secretas instrucciones dada por el político pacense a su espía, tenían por eje principal convencer personalmente a Muley-Suleiman, o en su defecto a un hipotético sustituto, de la conveniencia, para sus propios intereses, de establecer un acuerdo privado con Godoy mismo, por el cual éste se comprometería a sostener el esfuerzo militar necesario para consolidarlo y fortalecerlo en el trono; ya que en aquel momento cualquier monarca xerifiano debía buena parte de su estabilidad al apoyo exterior, siempre incierto, y al de los exigentes alfaquíes, respaldo que por la parte de Godoy se concretaría en primera instancia en el suministro de material militar, que podría llegar desde España o Francia, para más tarde intervenir militarmente a fin de asegurar las ventajas territoriales que se pactasen, y que habrían de tener por contrapartida al menos "la cesión de dos puertos, en el Estrecho el uno y el otro en el Océano" (sic).

Personalmente opinamos que puesto que ya se disponía de Ceuta, el puerto del Estrecho podría ser Tánger, y Essauira o Mogador el Atlántico, puesto que el primero se encontraba frente a Gibraltar, y el segundo se encontraba frente a la costa canaria, que ya en aquellos días era un objetivo militar para los británicos, de forma que se nos evidencia que la estrategia tenía por eje principal el compensar los movimientos tácticos de los barcos y la diplomacia de los ingleses en el área. Todo lo cual nos presenta a un Godoy bastante más fuerte en los asuntos públicos exteriores que el políticamente bisoño amante real que describiera el mordaz lord Holland.

Hemos de tener en cuenta el momento político y cultural en que se produce esto que ahora describimos, se trata de los años en que los viajes de estudio a Oriente se incrementan los circuitos en los que los franceses e ingleses, especialmente, describen y muestran cómo los viajeros ilustrados, mimetizados con el paisaje y su paisanaje, ofrecían una excepcional fuente de información e incluso de intervención política. Tal vez fuera ese el primer momento de la modernidad europea en el cual conocer de primera mano los entresijos de los asuntos locales foráneos se convirtió en la clave para el buen control y negociación con los países musulmanes, ya que se evidenciaban como cautivos, o al menos deudores, de complejos criterios confesionales, que hasta la época habían sido ignorados o subestimados por los políticos europeos.

Esos diplomáticos europeos, por otra parte, y especialmente tras los viajes napoleónicos a Egipto, habían descubierto que un buen nivel de relación empática con los grupos de opinión y poder religiosos en aquellos reinos, era un elemento fundamental para el éxito diplomático. Por ello, la elección de Badía y su impostura como un príncipe abasí que podría llegar a conocer los entresijos palaciegos marroquíes, fue una estrategia de cierta perspicacia, que nos retrata un Godoy astuto, si se quiere taimado, pero dispuesto a jugar la baza de la picardía que con éxito iniciaban los ingleses, posteriores maestros en la fabulación diplomática. Nuestro Badía, hasta donde sabemos, actuó sobre esos específicos presupuestos, pues desde su llegada a Tánger se comportó como un piadoso musulmán, de hecho todo su relato está cargado de anotaciones doctrinales y de un bastante completo prontuario de las prácticas y usos socio-confesionales islámicos, en especial destaca en su impostura, su pretensión de pasar por descendiente profético, lo que le aproximó notablemente al respeto de los hombres de religión del reino, y del muy devoto Muley-Suleiman.

En nuestra opinión el viaje de Alí-Bey, ya no Badía, constaba de varias claves, algunas ya mencionadas, pero posiblemente la más interesante, fuera esa entonces original intención de establecer contactos sólidos con los grupos internos marroquíes de poder, pues, como hemos insistido, a esas alturas de la Historia de la diplomacia española se había aprendido que no se podía poner todos los huevos estratégicos en la cesta personal de unos sultanes que no siempre tenían posibilidades de mantenerse excesivamente cómodos en el poder; habida cuenta la dinámica sucesoria en las familias alauitas con pretensiones dinásticas. Parecía más interesante averiguar, y aún sólo eso, quiénes eran los verdaderos dueños de la realidad política magrebí y establecer con ellos vínculos que posteriormente encadenasen sus intereses, e incluso sus destinos, a los de los españoles. Esto no llegaría a ser una realidad eficaz hasta finalizada la Guerra Civil española de 1936-39, cuando el africanismo franquista demostró conocer la lógica política norteafricana. No obstante pues, y por aquellos días, Godoy dio muestras de cierto criterio especial al procurar situar a un agente, principalmente del tipo que aquel pintoresco Alí-Bey había de ser, en contacto con los, hasta el momento, ocultos poderosos marroquíes con los que esperaba establecer esos vínculos personales, que tal vez le asegurasen el control de la entrada atlántica al Mediterráneo, y en definitive ese algo excepcional que ofrecer a los franceses, asunto en el que, podemos suponer, cifraba su opción al reino del Algarve, hipótesis que bien pudiera ser que hubiese imaginado personalmente, o ya en ese momento concreto alguien le hubiese insinuado [100].

Esta hipotética estrategia, contrasta, en tanto en cuanto fracasó, con la mencionada y no lograda necesidad de comprensión del entramado socio-político local; dado que el plan de Godoy no tuvo el resultado pretendido por falta de comprensión real del factor religioso: Muley-Suleiman era un hombre de fe, y su apoyo era esencialmente religioso y más sólido de lo que los conjurados hispanos estimaron al inicio del viaje, lo que en la convulsa situación sobrevenida a la muerte de su padre Sidi-Mohammed pudo hacerlo el heredero como Emir de los Creyentes, pues gracias a la proclamación que hicieran en tal sentido los jurisprudentes islámicos o u`lâmah de Fez llegó a consolidarse como Sultán, o Emperador como grandilocuentemente se denominaban ellos mismos, de forma que su filiación ideológica-política era la de un monarca vinculado, o al menos comprometido con la religión y los presupuestos socio-políticos de ella derivada, esto es era un cauto y desconfiado xenófobo; esto pudo comprobarlo Alí-Bey, si bien no lo calibró en su justo valor, desde el momento en que llegó a intimar con el sultán, lo cual sucedió hasta el extremo de que éste le donara una quinta -Semelalia- a las afueras del Marraquesh, y el monarca le hiciera la confidencia de que su programa exterior consistiría básicamente en esperar el inminente momento de debilidad española por causa de la alianza con los franceses, para apoyado por los ingleses, "soltar sus perros a los dos mares, y estimular las hostilidades de los moros fronterizos" (sic) contra los establecimientos españoles en África y el Mediterráneo.

Según discretamente apunta el propio Badía, y tal como sucintamente se menciona en las memorias de Godoy [101], percatados los conjurados de que Muley-Suleiman no habría de ser el hombre adecuado a los intereses españoles, se centró la atención conjurada en su sobrino, Hishem Ibn Sidi-Ahmad, que decía estar dispuesto a derrocar al sultán y colocarse en su lugar si le apoyaban los españoles, y a cambio de todo ello cederles el norte del país -más o menos un espacio similar al que se obtuviera como protectorado ya en el siglo XX-. El proyecto de intervención militar que habría de seguir a la intriga palaciega, esto es la participación militar española en los asuntos internos xerifianos, por ambicioso y precipitado, ha parecido una quimera a los historiadores que se han detenido a observar el tema [102], pero lo cierto es que su diseño y carácter se parece demasiado a los posteriores intentos de asaltar el Rif marroquí -pensemos en las operaciones de Prim y los generales isabelinos en Wad-Ras [103] -, todo lo cual nos lleva a pensar que el de Godoy no era un objetivo tan descabellado como puede parecer en una primera lectura, salvo que aceptemos que si se retomó con posterioridad fuese por una total falta de imaginación, lo cual tampoco se aleja de una certera reflexión sobre el sentido profundo de la errática diplomacia española.

Cánovas, a quien de nuevo tomamos por referente argumental, dado que es el pulso de la percepción diplomática española durante el siglo XIX, concluye su reflexión sobre el asunto Badía, con un análisis que se descalifica por la evidente intención propagandística de los entonces precarios Borbones, a los que el político malagueño apadrinaba durante la Restauración alfonsina. Escribe que enterado Carlos IV del plan y sus especiales e irregulares objetivos, por medio de la información, aún sesgada, que Godoy le facilitara cuando buscaba su real consentimiento para ordenar ciertos movimientos de efectivos militares, se desconcertó porque el proyecto se encontraba en una fase avanzada de ejecución; tanto que Godoy había cursado órdenes al entonces gobernador militar de Andalucía, Marqués de La Solana, y al representante español en Mogador, punto esencial de la conspiración pues allí se encontraba el único peligro sucesorio para los planes de Sidi-Hishem, su primo Muley-Abdelmelic, a fin de que coordinasen la acción, tal vez diseñada por el propio Badía, desde Marraquesh, para intervenir militarmente sobre el territorio marroquí. Lo cierto es que según Cánovas el rey relojero abortó el plan con su negativa a ordenar los movimientos de tropas que se requerían para apoyar al golpista Hishem, quien se quedó sin trono, como Godoy sin opción. Badía por su parte se limitó a viajar y vivir diletantemente con el presupuesto de la frustrada operación, que le llevó hasta Arabia, de manera que acabó siendo uno de nuestros primeros viajeros románticos atrapados por el entonces exótico encanto del mundo musulmán, cuando pudo ser el primer intrigante internacional de renombre, en la grisácea y anodina moderna historia diplomática española; más tarde llegó a ofrecer sus servicios como intrigante norte africano a José I, mediante una discreta "Memoria de méritos y servicios".

Juan Goytisolo, nuestro mejor conocedor de la realidad magrebí pasada y presente, sostiene que Badía jugó con los afanes personales del arribista político extremeño; pudiera ser, lo cierto es que cancelado el proyecto por la propia dudosa viabilidad de su quimérico diseño, por la timorata precaución del rey, o por la realidad - pronto percibida por el catalán- de que el juego era demasiado burdo y peligroso para ser efectivo, Badía se permitió vivir bastantes años, así como deambular por los orientes que ya le habían cautivado, a costa de los fondos del político y su reina, quien en sus "Memorias" tiene para su intrigante agente un más que cordial recuerdo, cuando escribe sobre él:

"Valiente y arrojado como pocos, disimulado, astuto, de carácter emprendedor, amigo de aventuras, hombre de fantasía y verdadero original de donde la poesía pudiera haber sacado muchos rasgos para sus héroes fabulosos, hasta sus mismas faltas, la violencia de sus pasiones y la genial intemperancia de su espíritu, le hacían apto para aquel designio. Tales fueron las veras con que aceptó mi encargo, que sin consultar con nadie osó circuncidarse, sola cosa que le faltaba para el papel difícil y arriesgado que debía hacer entre los mahometanos".

Gómez de Arteche encontró los documentos relativos a la intriga, y la correspondencia entre Godoy y su comisionado -denominado en clave unas veces "el viajero" y otras "el diablo"-, pero estos escritos no avalan la verosimilitud de los hechos mencionados. Posiblemente aquél hábil intrigante catalán bien pudo embaucar al calculador primer ministro como embaucó al astuto sultán, aunque el extremeño no era un ingenuo ni un ignorante, como su singular carrera nos demuestra; no obstante parece evidente que en la mente de aquel gobierno, al menos de sus más importantes cabezas, estuvo, siquiera por un momento, la idea de que era posible hacerse con el control militar de ambas partes del Estrecho, fórmula políticodiplomática que habría de esperar un siglo para verse substanciada, concretamente en el momento en que el Tratado de Algeciras concedió a España el protectorado sobre el norte de la zona rifeña marroquí, con las consecuencias que todo ello supuso en la formación de una cultura política y un ejercito español africanista, cuya mentalidad para los asuntos públicos -intrigante e intervencionista- tan directamente ha influido en la Historia española del siglo XX. [104]

Así pues, las bases de la política general, tanto táctica como estratégica, de la diplomacia hispana en la zona del Norte africano parece haberse basado, especialmente a partir del suceso puntual que hemos comentado en este espacio, en la intervención soterrada cerca de los protagonistas políticos magrebíes, a fin de reforzar los vínculos que los tratados oficiales han sancionado. La Historia como disciplina analítica nos sirve, pues, para ubicar el carácter y el origen de una pauta del comportamiento, en este caso institucional, de los pueblos, dado que de la opción que Godoy adoptara, cuando envió a Badía a tan pintoresca misión, se ha derivado una forma de atender los intereses nacionales en una frontera cuya vecindad siempre ha sido compleja.

Ha existido en la política y el pensamiento institucional español de los dos últimos siglos un tipo de político africanista, que finalmente se ha visto reducido -¿concretado?- en los militares del 18 de Julio, pero que desde mediados del s. XIX ha sido la expresión, e incluso el refugio, de una manera muy especial de entender la vecindad con el Magreb, manera que se ha caracterizado en esta parte del mar -como en buena medida allí también ha sucedido- por la desconfianza histórica, el deseo no confesable o la necesidad creada de intervenir en los asuntos del otro, y los métodos -los mutuos métodos- desleales. A nosotros Badía/Alí-Bey nos recuerda el Mohammed Dudú que en la década de los recientes años ochenta timó socarronamente al desubicado gobierno de Felipe González del momento, lo cual llevó a efecto por cuenta del más artero Hasan II quien lo inoculara en la administración española como un guiño histórico quizá evocador del asunto Badía. Como vemos la Historia tiene para los pueblos y naciones un cierto karma que los estados no siempre acaban por superar, y en el caso de España y el Norte africano el espejo histórico devuelve las imágenes de forma recurrente con una burlona fidelidad.

[83] Presentado al Congreso Internacional sobre Manuel Godoy. Badajoz. Octubre 2001, y publicado extractado en el nº 9 de la Revista “Vivir la Arqueología. Cultura, viajes.”

[84] BÉCKER, Jerónimo, Historia de las relaciones exteriores de España durante el siglo XIX (Apuntes para una historia diplomática), Madrid: Casados 1929.

[85] Esta obra a sido publicada en los últimos años con un interesante prólogo de Juan Goytisolo; véase: BADÍA, Domingo [Alí-Bey]: Viajes por Marruecos, Trípoli, Grecia y Egipto, Palma de Mallorca: Olañeta, 1982.

[86] Véase de Diego de Torres su "Relación del origen y sucesos de los xerifes de los reinos de Fez y Marruecos y Tarudane, y los demás que tienen ocupados" editado en 1885, y reeditado y comentado por Mercedes García-Arenal en 1980, o los previos " Comentarios " del Conde de San Felipe, del año 1720.

[87] Un ejemplo de las actividades de los misioneros españoles frente a la monarquía magrebí lo podemos encontrar en el relato de la obra de Fray Francisco de San Juan del Puerto, quien como chonista general de dichas misiones escribiera y publicara en Sevilla hacia 1708 una ilustrativa "Misión historial de Marruecos".

[88] GALINDO Y VERA, León: Las posesiones Hispano-africanas, Málaga: Algazara, 1993.

[89] Ver: LAROURI, Abdellah: Hª del Magreb. Desde los orígenes hasta el despertar del magreb. Madrid: Mapfre, 1994.

[90] GALINDO Y VERA, Op. cit., apéndice nº 29, pág. 460 a 466.

[91] Ibidem, apéndice nº 27, pág. 446 a 454, que extracta el relato del viaje y embajada que hiciera el Vizconde de Pontón en la revista de España, tomo VIII.

[92] HOLLAND, Lord Henry Richard, Foreign Reminiscenses, Nueva York: Harper & Brothers, 1978.

[93] Ver: ROJAS, Carlos, La vida y la época de Carlos IV, Barcelona: Planeta, 1997, pág. 45 y ss.

[94] Hay una cumplida información sobre este particular y la embajada de D. Jorge Juan en el apéndice número 30 de la mencionada obra de Galindo y Vera, que extracta el denominado "Diario de la Embajada de la corte de España al Rey de Marruecos en el año 1799", escrito por un miembro de la comitiva, posiblemente un franciscano buen conocedor de la lengua y los usos, especialmente de los políticos, locales.

[95] Ver el referido Prólogo de Juan Goytisolo a la moderna edición del relato de Badía, pág. XVII.

[96] CÁNOVAS DE CASTILLO, Antonio, Apuntes para la Historia de Marruecos, Málaga: Algazara, 1991, pág. 197.

[97] RODRÍGUEZ CASADO, Vicente, Política marroquí de Carlos III, Madrid: Amanecer, 1946.

[98] Se pueden ver los comentarios, aun someros que Talleyrand apunta sobre las preocupaciones de los franceses por la seguridad en el Mediterráneo, y especialmente sobre la necesidad de un férreo control del acceso por el estrecho gibraltareño. Ver: TALLEYRAND, Charles Maurice de, Memories completes et authentiques, París: Jean de Bonnot, 1967, pág. 256.

[99] CÁNOVAS, Op. cit., pág. 201, en la cual hace referencia a las memorias del propio Príncipe de la Paz [tomo IV de la edición de 1837 en Madrid].

[100] Ver: GRANDMAISON, Geoffrey de, L´ambassade française en Espagne pendant la Revolution (1789-1804), Paris: Plon, 1892.

[101] Véase: GODOY, Manuel, Memorias críticas y apologéticas para la historia del señor don Carlos IV de Borbón, Madrid:[B.A.E.], 1965.

[102] Ver: SECO SERRANO, Carlos, Godoy, el hombre y el político, Madrid: Espasa Calpe, 1978.

[103] Recuérdese que los ejércitos de Isabel II nunca se enfrentaron a los del Sultán de la época, ya que el juego político local había descubierto por esa época una nueva forma de complicar las relaciones de vecindad, aplicando el doble lenguaje y la doblez institucional, los combatientes eran técnicamente desobedientes. Los moros se enfrentaron a España acaudillados por un príncipe disidente - Muley-Al Abbas, jefe religioso - que liberando oficialmente al Imperio Xerifiano de sus compromisos diplomáticos les permitió combatir contra los españoles sin dar motivos diplomáticos para justificar una mayor presión de las demás potencias europeas. Ver: MORALES LEZCANO, V, "España y el Norte de África. El norteafricanismo español, factor cultural", en Presencia cultural de España en el Magreb, Madrid, 1993.

[104] Véase:.MORALES LEZCANO, V. (Coord.), " Africanismo y orientalismo español", en Awraq. Estudios sobre el mundo árabe e islámico contemporáneo (Prólogo de Julio Caro Baroja), Madrid: Instituto de Cooperación con el Mundo Árabe-UNED, 1990, Anejo al vol. XI.

Libros.ir
http://libros.ir/libros/Biblioteca%20Islamica/Revistas%20y%20articulos%20de%20temas%20diversos%20(48)/Cinco%20articulos.pdf

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