Monday, September 19, 2011

Las fuerzas militares nativas procedentes del Protectorado de Marruecos

Las fuerzas militares nativas procedentes del Protectorado de Marruecos. Trascendencia política de su aplicación en las operaciones militares durante la Guerra Civil española [105]
Sheij Husain Abd Al Fatah García
Biblioteca Islámica Ahlul Bait (P)
Angelitos N° 3, Artículo N° 5
Libros.ir
11 de Marzo de 2003


"Estará ciego de soberbia quien no advierta que los moros influyen es España mucho más que los españoles en Marruecos".
Manuel Azaña en 1921 [106].

La participación en la contienda civil española de tropas nativas provenientes del Protectorado que España ejercía sobre una parte del actual Marruecos, tradicionalmente es analizada por la historiografía como un hecho interno en lo que concierne al bando nacional. No obstante, si bien esas tropas eran parte de los contingentes que conformaban el Ejército español, la peculiaridad del estatuto de las potencias protectoras europeas sobre el Norte africano, nos lleva a opinar que se trata en gran medida de un aspecto también relacionado con las implicaciones internacionales que la guerra española tuvo, como puede ser la participación fascista o soviética, más que una cuestión de simple evaluación de los efectivos españoles.

Los soldados, que no siendo de nacionalidad española, sino que en la situación administrativa en aquél entonces se definía oficialmente como nativos del Protectorado, conformaban las unidades de milicias jalifianas o Tropas Regulares107 que años antes diseñaran los mandos españoles, para aliviar a la metrópoli del desgaste político y humano de los conflictos de la guerra del Rif. Siempre hubo una ambigua situación socio-política de estos contingentes en relación con su filiación administrativa con España, ya que eran soldados profesionales, alistados por la paga, lo que permitía el alivio de la mísera situación del campo y de los suburbios urbanos marroquíes; no obstante se reclutaban con el beneplácito de las fuerzas vivas del sultanato y, como podremos ver en el desarrollo de esta breve exposición, no se desplazaron a la Península sin la connivencia de las autoridades marroquíes, lo que concede a la participación de estos efectivos un marcado carácter externo, tal cual es la base argumental de nuestra exposición.

Para entender la complejidad de la situación creada en el seno del ejército español, en relación con la filiación de los efectivos marroquíes, hemos de recordar algunos de los aspectos definitorios de la realidad política de Marruecos en el momento previo y durante el tiempo en que España se ocupó del denominado Protectorado sobre el Sultanato [108]. Realmente el país había sido llevado a aceptar la fórmula de protección de la comunidad internacional a causa de la inestabilidad que su articulación interna presentaba, ya que ésta no ofrecía las garantías ni la consistencia que los europeos de finales del siglo XIX consideraban mínimas para operar –concretamente en términos económicos- en la zona. Marruecos se dividía oficiosamente en lo que se denominaba localmente Blad-es-Majzen y Blad-es-Siba, constituyendo la primera entidad las ciudades que representaban la capitalidad del reino jerifiano; esto es, Fez y Marrakés, y algunas de las ciudades y villas más populosas, lugares en los que el sultán y su policía ejercía un siempre inestable control. De forma que el Blad-es-Siba se extendía por el resto del territorio, con la peculiaridad de que estas zonas, no eran obedientes a las ordenes emanadas de la corte imperial, como pomposamente se autodenominaba el aparato de gobierno central limitado al Majzen; a causa de esta situación, el protectorado ejercido por los franceses y españoles a partir de la Conferencia y posterior Tratado de Algeciras, si bien era formalmente con el beneplácito del Sultán, se presentaba como una intromisión externa en los asuntos marroquíes posible a causa de la existencia del Blad es Majzen, por lo que la leva de tropas procedentes de la población marroquí a la que no se concedía la ciudadanía española, era motivo de una circunstancia singular, que permite pensar en que su aplicación en la contienda civil española era un asunto interno del ejército español, aunque la presencia de intereses foráneos a la Administración española, como es el caso del Gran Visir en el momento del Alzamiento del 18 de julio de 1936 y su decisiva intervención en Tetuán en favor de los sublevados, que nos lleva a opinar que estos contingentes formaban parte en el Ejército nacional, con un estatuto político, de carácter exterior, similar al que hubieron de tener las Brigadas Internacionales que apoyaron al bando gubernamental.

Independientemente de que los europeos podían o no haber colaborado con las fuerzas locales, como sucediera en Egipto, Arabia, Siria y Mesopotamia, el hecho de que la autoridad imperial marroquí apenas disponía de unos destacamentos, denominados guith, acantonados en las principales ciudades y pueblos del país, permitió la inclusión en el referido acuerdo de Algeciras de la legitimidad que las administraciones protectorales francesa y españolas tenían para formar unidades de policía con efectivos locales, aunque siempre bajo el mando efectivo de oficiales y suboficiales europeos. Según los acuerdos [109] estas unidades habían de estar constituidas por un número de entre 2000 y 2500 hombres, con instructores -llamados caides [110] - musulmanes, y mando europeo - de 16 a 20 oficiales y entre 30 y 40 suboficiales-.

Una vez arrancado de los responsables del sultanato el acuerdo que permitía a los europeos intervenir en Marruecos, la peculiar situación del Blad-es-Siba, que "se articulaba mediante un entramado religioso, y se fragmentaba en tantos poderes como señores capaces de imponerse y conservar su área de influencia con independencia efectiva" [111], obligó a tener en cuenta los intereses, y a veces veleidades, de los poderosos locales que puntualmente hacían valer su ascendencia sobre buena parte de las zonas de interés estratégico y militar para los europeos, por lo que las levas de hombres para conformar las unidades de policía indígenas excedió siempre, y en casi todo lugar, el ámbito interno de las administraciones establecidas por Francia y España.

A modo de anécdota ilustrativa mencionaremos que la creación del Banco de Estado de Marruecos, convenida en Algeciras, si bien conllevó no pocas dificultades por cuanto se trataba de aunar muy diversos intereses, se pudo llevar a buen término tras asegurar que no se vulnerarían las leyes islámicas sobre el interés en el dinero, lo cual nunca se pudo decir de las cuestiones relacionadas con la presencia de marroquíes en las unidades españolas, la cual estuvo continuamente condicionada por la peculiaridad religiosa del Islam magrebí, muy sujeto a la autoridad legal [112] y moral de los hombres de religión que los españoles denominaron santones [113], los cuales ejercían notable influencia tanto sobre la población llana, como sobre los cuadros locales, e incluso imperiales.

En definitiva las tropas indígenas, y por ende el control sobre el Protectorado permitía a los sublevados del 18 de julio una base administrativa de cierto valor estratégico, aunque si bien eran algo exiguos los medios y equipamiento de la administración en el Norte de África esto permitió a los nacionales un punto de partida para sus operaciones, ya que contaban con una serie de servicios públicos, de utilidad en los primeros momentos -el telégrafo, los puertos de Tánger y Melilla que se convertirían en base de aprovisionamiento para la aportación del Eje mediante los buques italianos, etc.-, y por supuesto la disposición de los efectivos militares acantonados en la zona española del Protectorado, especialmente las fuerzas indígenas, ya que se pudo disponer de ellas con el simple consentimiento tácito del Sultán, y sin la información a los franceses que era preceptiva según lo acordado por ambos países.

La posición y opinión del gobierno marroquí era de importancia, puesto que de las facilidades, traducibles en connivencia u hostigamiento, concedidas a los sublevados, dependió la comodidad con que los mandos militares en torno a Franco pudieron organizar el paso del Estrecho, y en definitiva el éxito de esa primera fase de las operaciones del levantamiento militar rebelde a la República. En la lógica política interna marroquí la colaboración con los europeos tenía consecuencias destacadas, dado que pocos años antes a la complacencia con que el entonces sultán Abd el Aziz llevó las relaciones con franceses y españoles, se produjo el levantamiento de Rogui y de Muley Hafid [114], que se opusieron vehementemente a la colaboración sobre la base de argumentos de purismo doctrinal religioso, los cuales fueron reeditados por los cadies rifeños que se opusieron al apoyo a Franco, y a la participación de musulmanes en un conflicto que entendían entre cristianos [115].

La II República y su política africana

La expectación que en el Marruecos español se suscitó por el acceso al poder en Madrid de la coalición republicana-socialista debió ser notable habida cuenta que se podía producir un cambio de tendencia en la política española para con respecto a la zona, dado que uno de los ejes de movilización tradicionales de la izquierda en la política española había consistido en la oposición a la participación de los soldados españoles en lo que la prensa de izquierda calificaba de aventura colonial.

Sin embargo la tendencia de los republicanos consistió en sostener sin alteraciones significativas el estado de cosas que conformaban la presencia española en el Norte de África, demasiados ocupados en los asuntos internos españoles y temerosos de contrariar los compromisos contraídos con Francia y las demás potencias implicadas en los acuerdos de Algeciras, e incluso se puede afirmar que más allá de la mera gestión de mantenimiento del aparato administrativo, la República no se implicó, ni aún someramente, en los asuntos marroquíes, especialmente en aquellas cuestiones que los gobiernos más intervencionistas de la monarquía habían tocado. Si bien, por ejemplo, se reguló la enseñanza eminentemente religiosa de la más importante escuela islámica del Protectorado, cuando se definió el plan de estudios con la publicación el 12 de Octubre de 1935 del Estatuto de la Enseñanza Religiosa para la Medersa Lucax de Tetuán; siendo esto ejemplo, entre otras medidas que equiparaban al sistema peninsular las escuelas de la zona de protección administrativa española, de la forma asistemática en que el furor reformador observado en los asuntos peninsulares involucró en la cotidianeidad protectoral a los políticos republicanos, de entre los cuales Azaña fue un caso peculiar, ya que opositor a las acciones españolas en África, cuando formó gobierno, so pretexto de no contrariar a Francia, acabó por ocuparse muy directamente de la suerte de algunas obras públicas siempre pendientes para la gestión española en el Norte africano, tal cual fue es caso de la carretera de Tetuán a Xauén, o algunos embalses de agua para consumo municipal y de uso agrícola que nunca se habían abordados por desidia y falta de recursos, pese a que se proyectaron en tiempos de Primo de Rivera. También Largo Caballero, contrariamente a su discurso anticolonial, se vio atrapado por los asuntos marroquíes cuando apoyó la equiparación de las demandas de los obreros nativos de la administración española a sus homólogos peninsulares, de forma que el internacionalismo sindicalista de la izquierda socialista fue causa de una nueva suerte de intervención activa en Marruecos, pese a los planteamientos de partida que animaron la oposición republicana a la aventura colonial.

Las autoridades de la República se apresuraron a declarar que los tratados, acuerdos y especialmente los compromisos internacionales sobre Marruecos serían respetados y asumidos; por otra parte, mantuvieron en la Alta Comisaría al general Gómez Jordana, que dimitió por no querer colaborar con la República y abandonó su puesto marchándose de Tetuán y partiendo al exilio con el Rey, de forma que hubo de ser sustituido, apresuradamente, por un Sanjurjo ávido de promoción política, quien muy pronto declararía la ley marcial en la zona del Protectorado, según explica Mª. Rosa de Madariaga:

“Para demostrar (a Marruecos) su resolución a no permitir ningún tipo de agitación" [116].

Pensamos que esta iniciativa evidencia la mentalidad de los militares africanistas, muy celosos de esa parcela de poder que consideraban suyo, pues España conservaba un resto del decorado colonial merced al esfuerzo del ejército africanista, que se sentía propietario político de Marruecos, y en lo que éste se relacionaba con el resto del país, ya que la resolución de los jefes militares para distanciarlo del proceso político español era evidente. Aunque somos conscientes que esto no aclara la españolidad de aquellos territorio, aún en términos políticos sino en los meramente legales, tal como la comprendía la mentalidad castrense, especialmente en aquel momento del Protectorado marroquí; aunque Franco en alguna ocasión argumentaría que el Ejército español -no España- "había adquirido aquellas tierras con la mas cara moneda, la propia sangre", lo que de alguna manera delata la privacidad que los militares africanistas aplicaban a todo lo relacionado con el Protectorado.

La posición de éste nuevo Alto Comisario puede ser ilustrativa del estado de cosas en que estaban los asuntos marroquíes entre 1931 y 1936, dado que era firme partidario para el Norte de Marruecos de lo que Indalecio Prieto y Lerroux denominaban gestión activa; así, con motivo de la huelga en Tetuán de los trabajadores marroquíes del servicio de agua, y a causa de la demanda de la equiparación laboral prometida por Largo Caballero, el general, a la sazón Alto Comisario en el momento de la huelga, dijo:

"Marruecos no es España. No puede ser como España, teatro de luchas políticas. Hoy, afortunadamente, los moros no tienen armas, pero esa no es una garantía bastante de que no se promoverá un verdadero estado de guerra. No puede haber más de una política: autoridad y justicia por parte de protector, sumisión y orden por parte del protegido” [117]

El 16 de junio de 1931 el gobierno decretó la separación de los cargos de Alto Comisario y de Residente General, de forma que se establecía un espacio diferenciado entre la administración civil y los asuntos militares del Protectorado, sin embargo para el cargo de Alto Comisario se designó al diplomático López Ferrer, quien más tarde sería un elemento clave para el éxito político, cerca de las autoridades marroquíes, del Alzamiento militar en Ceuta y Melilla. No obstante entre 1931 y 1936 parece que la República tuvo la intención, aún en términos políticos bastante poco concretada, de establecer una administración civil que sustituyera paulatinamente a la gestión militar, de ahí procede el primer paso, que sería el nombramiento de López Ferrer para la Comisaría dentro de las reformas administrativas del Servicio de Intervenciones Militares.

Ordenación republicana del Protectorado

La estructura administrativa que la República diseñó para los territorios marroquíes era muy similar a la que conformara la gestión de la Dictadura de Primo de Rivera años antes. No obstante se produjeron algunos cambios que para la intención de nuestra exposición son de interés, por cuanto delatan una visión diferente del asunto; así se equiparó a la Policía Jerifiana con la Guardia Civil peninsular, de forma que se substrajeron del ámbito militar esos contingentes de tropas indígenas, lo que se puede entender como un dato sutil de la percepción republicana del asunto marroquí.

Tradicionalmente la historiografía ha diferenciado el africanismo de los militares, frente a la actitud republicana proclive a abandonar la intervención sobre el Norte africano, sin embargo los militares parecían entender mejor que los políticos republicanos la temporalidad de la presencia española en la zona, el propio discurso de Sanjurjo que hemos citado más arriba es significativo de la situación; por su parte, la izquierda republicana, una vez en el gobierno, no se sustrajo a la tentación colonialista, pues lejos de liquidar la actuación española en Marruecos, se vio envuelta en un proceso reformador, en parte por la necesidad de no desacreditar a la República ante Francia e Inglaterra, y en parte por cierta coherencia programática, dado que los dirigentes de la izquierda, imbuidos de internacionalismo obrero, implicaron a sus organizaciones en los asuntos laborales del Protectorado, tal es el caso de las referidas promesas de Largo Caballero a los empleados nativos de la administración española. Por otra parte se puede entender que la tentación reformadora, sin los conflictos de intereses que se daban en la Península, había de ser fuerte para políticos del calado de Azaña quien, opositor de la gestión monárquica sobre Marruecos, se implica personalmente en ese programa de obras públicas y reformas, a semejanza de la administración francesa en el Sur.

Por otra parte la República permite, o consiente en el Protectorado, una actividad, hasta entonces inusitada, por parte de los grupos nacionalistas magrebíes, así escribe Mª Rosa de Madariaga:

"Tetuán se convirtió en un punto focal de la propaganda nacionalista marroquí durante la década de los años treinta. Todos los periódicos árabes, procedentes del Oriente Próximo, se podían encontrar allí, mientras que estaban prohibidos en la zona francesa del Protectorado. Los nacionalistas marroquíes podían con suma libertad expresar sus opiniones" [118].

De la disposición atenta a las cuestiones nativas de Marruecos habla la expresa invitación que Alcalá Zamora [119] cursara a varios notables marroquíes con motivo de su toma de posesión como Presidente de la República. Entre los primeros actos protocolares de su mandato estuvo el recibimiento a Sidi Mohamed Buhalai, Sidi Ahmad Cailán, Sidi Abdesalam y Sidi El Levady, los cuales transmitieron una serie de peticiones, que son el programa político de las fuerzas vivas nativas del Protectorado en aquel momento, algunas de las reclamaciones son:

1. Libertad de prensa, reunión, asociación, enseñanza y sindical.

2. Unificación de los planes de enseñanza.

3. Separación de los poderes judicial y militar, mediante la dotación de caides musulmanes.

4. Colonización del campo, combatiendo el latifundio.

5. Equiparación, en materia laboral, con la metrópolis.

6. Asimilación de los impuestos a los peninsulares, y supresión de algunos de ellos.

7. Reforma y ampliación de la beneficencia sanitaria.

Ha de anotarse que la comunidad sefardita negoció con las autoridades republicanas un acuerdo específico, con el consiguiente enojo de los marroquíes musulmanes; tal acuerdo se orientaba a obtener la nacionalización como españoles de los judíos del Protectorado que pretendían salir del área de control del Sultán.

Azaña en un discurso [120] en las Cortes, el 29 de marzo de 1932, se ocupó en extenso de la situación de Marruecos, discurso que muestra una serie de disparidades entre el programa que enunciaba y las posteriores actuaciones del gobierno republicano. En esta ocasión Azaña presentó un proyecto basado en la reducción del gasto militar, e incluso tendente a reducir, también la presencia militar, más en concreto de las tropas conformadas por los voluntarios -léase la Legión fundada por Millán Astray-, y de la definitiva exclusión de los soldados de reemplazo; pretendía ofrecer tierras para los colonos peninsulares que se deseasen instalar, una vez servido el Ejército [121], posiblemente siguiendo el modelo francés para Argelia; si bien no anunciaba ni mostraba intenciones de abandoner Marruecos y reiteraba la necesidad de reconocer la soberanía del Sultán, lo cual era otro rasgo de afrancesamiento en las opiniones del propio Azaña y, consecuentemente, de la izquierda republicana, puesto que en aquellos momentos el Sultán era un rehén político de los franceses y su títere diplomático, por lo que mencionar esta cuestión en un programa de gobierno evidenciaba cierta bisoñéz por parte de los republicanos que acusaba la falta real de criterios para actuar sobre el Norte de África, ya que ignoraban en sus planteamientos la presencia en la zona de otras fuerzas políticas, tal es el caso de los independentistas rifeños, o los propios opositores internos en el seno de la propia familia real marroquí, quienes, con apoyo religioso y populista, conformarían el movimiento nacionalista que encabezará Mohamed V.

Pese a la declaración de intenciones en relación con la soberanía marroquí sobre los territorios del Protectorado, en 1932 el propio Azaña ordena al Gobernador General del Sahara, comandante Cañizares, la efectiva ocupación del territorio de Ifni -zona llamada en la nomenclatura protectoral: Santa Cruz de Mar Pequeña-, asunto que estaba pendiente desde los acuerdos con los marroquíes y los franceses de 1860, año en el que se firmaran los Acuerdos de Amistad Hispano-Marroquíes, que no eran sino un reparto de la zona, tras la petición de paz del Sultán Muley Abbas después de las victorias hispanas de Castillejos y Wad Ras.

Este hecho militar nos puede ilustrar sobre la situación en que se desenvolvían las relaciones del Ejército español con los moros que reclutaba, dado que Cañizares ejecutó la orden de Madrid con las Mías de camellos reclutados en el territorio saharaui, y con los Meharis de Tetuán, pero la operación se convirtió en un absoluto fracaso, pese al beneplácito del sultanato y el acuerdo con los notables locales, llegándose a producirse bajas entre los soldados españoles, que se vieron obligados a retirarse hasta Cabo Juby, a causa de las luchas internas entre los diferentes grupos de marroquíes que conformaban las fuerzas de ocupación.

El Ejército español de África acusaba los conflictos internos marroquíes, de forma que no es posible entender la situación táctica y militar de las autoridades españolas del Protectorado sin comprender las fuerzas en tensión en la política magrebí del momento, la cual se proyectaba sobre las unidades españolas. En el incidente de Ifni el conflicto se produjo entre partidarios de un dirigente regional del Sur, el denominado Sultán Azul, un cabecilla subsahariano que acosaba y hostigaba a los franceses y a los intereses del Sultán de Fez, y que contaba con el apoyo de un santón místico de notable predicamento en la zona, Ma’ el Ainú. Hay que anotar que tras el incidente, y la reiterada insistencia de los dirigentes locales de la región de Ait Bu Amarán, en el Atlas próximo a la costa de Sidi Ifni, que deseaban la presencia española, el Sultán Azul se convirtió en protegido de los españoles y fue perseguido por los franceses; y, posteriormente, con su apoyo se hicieron levas de soldados sureños que participaron en la Guerra de España. Como colofón de esta anécdota militar hemos de anotar que pese a que la orden primera al comandante Cañizares partió de Azaña, el gobierno de centro-derecha envió tropas el 27 de diciembre de 1933, que esta vez sí se hicieron con la situación, pero con la oposición de la izquierda republicana, que reaccionó tarde, puesto que las críticas a las operaciones no aparecieron en El Socialista hasta el 6 de abril de 1934.

La política española en relación con los asuntos militares indígenas sufrió un nuevo cambio en 1934, en el momento en que se hizo desaparecer en Madrid la Dirección General de Marruecos, a partir de aquel momento el Alto Comisionado en el Protectorado había de interpretar las directrices de los gobiernos centrales, sin la mediación administrativa de la oficina de enlace entre Madrid y Tetuán; de alguna forma esto se acercaba a la solución que años antes sostuviera el general Jordana, quien era partidario de crear una suerte de virreinato en Marruecos, lo cual fue desestimado en parte ante el temor de militares poderosos, y en parte dado que la fórmula se asemejaba en extremo a la estructura que, tras el descalabro del 98, la España post-colonial parecía querer superar.

Frente a esta situación, es interesante observar la lectura que, según Azaña [122], los marroquíes empezaban a hacer respecto a la situación política española, y las consecuencias de ésta en el Protectorado; para el político español los zocos se habían beneficiado de la actividad militar española en la zona, del trasiego de soldados y personal, en definitiva del movimiento y la demanda de productos locales; la paz republicana, aun pese a un cierto esfuerzo inversor en infraestructuras -que por otra parte sólo había de redundar en beneficio de las empresas y contratistas peninsulares-, llevó la atonía a la actividad comercial del Protectorado y, por tanto, los grupos influyentes contemplaban muy negativamente la política republicana. Pese a todo, la presencia marroquí en los asuntos peninsulares tuvo dos momentos destacables en la República, dado que por dos ocasiones las tropas indígenas pasaron el Estrecho, y fueron utilizadas para intervenir militarmente:

En la primera ocasión fue el 10 de agosto de 1932, a causa de la sublevación del general Sanjurjo. En aquel momento un Tabor de infantería y un escuadrón de caballería de las Fuerzas Regulares Indígenas, y los batallones 2º y 8º de Cazadores de Ceuta, se pusieron al servicio del orden republicano. Si bien parece evidente que la presencia de estos efectivos no fueron relevantes, ya que el fracaso de la Sanjurjada se debió, básicamente, a la posición de la Guardia Civil y del cuerpo de Guardias de Asalto [123]; aunque entre los conjurados se sostuvo que la pasividad calculada de Franco que no colaboró, negando su ascendiente sobre los africanistas con mando, y el consiguiente control que ya poseía el futuro dictador sobre las tropas marroquíes, fue una de las causas determinante del descalabro del frustrado plan monárquico [124].

También en octubre de 1934, con motivo de la sublevación en las zonas mineras asturianas, bajo el mando estratégico del entonces coronel Yagüe, y bajo las órdenes de López Ochoa, pasaron a la Península el Batallón 8º de Cazadores de Ceuta, y 2 Tabores de los Regulares de Melilla y Ceuta. En este segundo caso la actuación de los moros, y su aplicación por el gobierno radical-cedista, supuso que en el futuro se creara una profunda animadversión de los izquierdistas hacia esos contingentes, ya que los moros reclutados, motivados por la soldada y la indiferencia a los asuntos sociales españoles, y posiblemente por la obediencia a los dirigentes marroquíes que animaban el enganche en el Ejército español, eran completamente impermeables a los discursos internacionalistas de los dirigentes obreros. Hemos de recordar que estos contingentes fueron trasladados desde el Protectorado, por indicación del propio Franco, que durante aquellos días actuó como asesor especial y personal de Diego Hidalgo, quien era el ministro de la Guerra [125].

La Guerra Civil española y las relaciones hispano-marroquíes. La mutua empatía entre los sublevados y el naciente nacionalismo del Norte de África

Desde el primer momento parece evidente que las autoridades marroquíes se decantaron por apoyar a los insurgentes; el mismo 18 de julio de 1936 varios aviones gubernamentales bombardearon Tetuán, en una operación de castigo a la zona levantada, la poca precisión del arma de aviación, y la limitada tecnología del momento, hicieron del hecho un desastre político, dado que en el bombardeo murieron 15 marroquíes y fueron seriamente dañadas dos céntricas mezquitas de la ciudad [126], de forma que los mandos militares sublevados temieron por un estallido popular contra ellos; sin embargo el entonces Gran Visir del Sultán, que se equiparaba a un jefe de gobierno en la nomenclatura europea, se desplazó urgentemente desde Tánger a Tetuán para calmar los ánimos de la población, su intervención fue proverbial para los intereses de Franco [127], y podemos entender que no fue arbitraria y, de cualquier forma, no habría de ser gratuita.

Por otro lado, un notable de la parte de los rifeños coordinada por el primo de Abd-el-Krim, Suliman Al-Jatabbi, se reunió el mismo día 19 de julio de 1936, en la reunión participó un grupo considerable de caides de la región en Ajdir, y tuvo por objetivo predisponerles a favor de Franco y de su movimiento táctico en el Protectorado; el hecho de que Mª. Rosa de Madariaga lo califique en algún momento como "el partidario español en el Rif", nos hace pensar que este personaje bien pudiera ser un agente del Sultán, ya que continuaba siendo notable en la zona y no había sufrido los rigores políticos de la deportación a que se sometiera a Abd-el-Krim y el resto de los miembros activos y significativos de su familia, esto es a aquellos varones involucrados en actividades políticas no avaladas por el Palacio.

Si bien, como hemos anotado, las autoridades nativas simpatizaron con los sublevados, de los cuales podían sacar mejor partido, pues en principio no estaban en buena relación con los franceses que eran los verdaderos generadores del bloqueo de las expectativas nacionalistas -siendo la República española un apéndice de esta estrategia-. No se puede decir que el apoyo a los militares insurgentes fuese unánime; se presionó a los miembros de la familia de Abd-el-Krim que eran sospechosos de no simpatizar con la situación creada tras la llegada de Franco al Protectorado, e incluso hasta septiembre de 1938 se sucedieron las detenciones de elementos desafectos a los militares, así fueron detenidos los caides de las tribus Beni Aros y Beni Lait, y el caid de Sumata, con ser un hombre prestigioso y notable en la zona, fue arrestado y trasladado hasta la Península, llegando a estar encarcelado por largo tiempo en Zaragoza. Sobre la situación de los disidentes al nuevo estado creado en el Protectorado habla, aun en tono propagandístico, el periódico El Sol del 27 de agosto y del 7 de octubre de 1936 al hacerse eco de las deserciones de algunos soldados marroquíes -aunque es posible que fuesen capturados y ellos hiciesen esa pirueta exculpatoria-, que narraron cómo fueron obligados a alistarse, por presión política, por amenazas familiares y a causa de la perentoria necesidad económica, así como que existía un considerable descontento entre los moros de Franco a causa de la represión a que los antiguos colaboradores de Orgaz sometían en la retaguardia del Rif a los Banu Urriagel, la tribu de Abd-el-Krim, que era muy respetada y prestigiosa entre ellos.

Los militares involucrados en el levantamiento habían arrestado a sus mandos naturales, cuando éstos permanecieron fieles a la legalidad republicana o cuando se mostraron dubitativos o simplemente cautos, e igualmente procedió a la detención de los marroquíes considerados como peligrosos u hostiles a la sublevación, además, en un primer momento, se puso bajo vigilancia domiciliaria a los más destacados dirigentes nacionalistas, entre los que destacaba Abd-el-Jalak Torres. Parece claro en el nacionalismo magrebí que los sublevados estaban dispuestos a reconocer no había de ser otro que el institucional, coordinado y mandado por el Palacio de Fez, dado que los intelectuales y nacionalistas progresistas, y muy especialmente en especial los rifeños, habrían de ser acosados, por un supuesto filoizquierdismo; en concreto el ejército sublevado hostigó a Al-Lal El Fassi, que sería el gran dirigente del partido Istiqal, quien desde un primer momento opinó en contra de la colaboración de las tropas indígenas en los asuntos internos españoles [128].

El 18 de julio se hizo provisionalmente cargo de la Alta Comisaría el coronel Sáenz de Buruaga, que la entregó a Franco el 19 de julio tras su llegada desde Canarias, quien retuvo tal puesto, que a la sazón le convertía en el comandante de las fuerzas militares de Marruecos, así como del Ejército de Operaciones del sur de España, cargo que conservó hasta el 1º de Octubre en que se convirtió en Jefe del nuevo estado, momento en el cual se decretó la desaparición de la administración civil sobre Marruecos, ya que se creó el cargo de Gobernador General de los Territorios del África Occidental española, para el cual se nombró a un duro africanista de pro: el general Orgaz Yoldi129 , mientras en la Península se creó una Secretaría de Marruecos, directamente dependiente de la Junta Técnica del Estado, que constituía el nuevo gobierno.

Los efectivos militares y las consecuencias políticas

La labor de Orgaz, pues, durante aquel verano consistió en organizar el entusiasta concurso de los indígenas para ayudar a los rebeldes. Apenas consolidada la sublevación, se inició la movilización de voluntarios en los territorios marroquíes, alentados por una soldada interesante, en pocos meses se organizaron 4 tabores de los grupos de Fuerzas Regulares Indígenas y de la Mehala, que fueron enviados a la Península el 2 de octubre de 1936, una vez que se controló el Estrecho con la ayuda aérea alemana e italiana y los nacionales restablecieron el tráfico marítimo. Para la primera quincena de ese mismo mes se sumaron diez nuevos tabores de la Mehala, pero esta vez procedían del propio ejército marroquí, dado que eran tropas procedentes del Majzen, esto es: efectivos gubernamentales marroquíes. Por un Dahir Jalifiano [130] de 18 de noviembre de 1936 se establece un presupuesto de 3.328.838 pesetas para crear nuevos regimientos, e incluso en 1937 se crean los de artillería y las compañías de morteros de los Regulares, armamento de superior importancia que siempre se habían mantenido lejos de las fuerzas nativas, de las cuales se podía prever una falta de lealtad hacia el Ejército español.

Se ha estimado en unos 75.000 marroquíes [131], de los cuales sólo una décima parte provenían de la zona de control francés, el número de los que se enrolaron en las filas del ejército español rebelde; esta fue una muy considerable participación dado que se trataba del 7,5 % de la entonces población de la zona controlada por España; buena parte de los hombres de edades comprendidas entre los 15 y los 50 años se vieron involucrados, de una u otra forma, en el esfuerzo de guerra nacional [132]. Posiblemente no habría sido tan exitosa la convocatoria para el alistamiento si no hubiese sido porque el Protectorado, con la gestión de la administración española, no había superado los problemas económicos endémicos: la miseria agrícola y el paro; de forma que el conflicto español hubiera sido motivo de una nueva y grave crisis de repercusiones excepcionales, pero los salarios de los combatientes marroquíes debieron de actuar sobre la débil economía del Norte marroquí como una inyección de divisas extras, aunque no se evitó el colapso de los servicios ya exiguos, y la inflación afectó a las finanzas locales de forma muy especial. El viajero inglés Seddon detalla que en 1935 la libra se cotizaba en la zona a 40 pesetas, en diciembre de 1936 pasó a 50 pesetas, a 60 pesetas estaba en septiembre de 1937 y en febrero de 1939 llegaría a alcanzar las 70 pesetas.

Hemos de apuntar que sobre el número total de efectivos marroquíes en la contienda, aún hoy hay diversidad de criterios por parte de los historiadores de las cuestiones militares de la época; de cualquier forma las cifras barajadas fluctúan entre los setenta y los cien mil hombres, cantidad más que considerable si se tiene en cuenta que durante la Primera Guerra Mundial fueron unos mil los soldados marroquíes que formaron parte del ejército francés, y unos dos mil en la Segunda Guerra. De éstos en torno a setenta mil hombres, la mayoría, fueron reclutados en las cercanías de Melilla, en la región de Kelalia, ya que estas zonas estaban muy asimiladas a la relación con la administración española, en el Djebala o zona montañosa de la comarca de Xauén, lugar que aunque conflictivo y beligerante tradicionalmente había sido un área de captación de efectivos, dado que la fiereza de los locales se imponía sobre otros grupos, ya que sólo los rifeños del interior de la zona Ahnul podían superarlos en combatividad, pero estos segundos no eran fieles a los europeos. Finalmente un tercer punto importante de alistamiento se situó en la Gomara, pero en esta zona los dirigentes locales, ávidos de hacer méritos frente a las autoridades españolas e imperiales, utilizaron métodos coercitivos para forzar a los hombres al alistamiento, pues se sabe que se ejecutó al caid de los Beni Hamed, tribu próxima a la zona de Protectorado francés que había opinado desfavorablemente sobre la colaboración con los españoles en sus conflictos internos [133].

Ha de pensarse que esta aportación no podía quedar sin pago, puesto que las consecuencias políticas y militares de este apoyo, aunque mercenario, eran muy relevantes, y si bien administrativamente se trató de un asunto más o menos interno del ejército español, entre los marroquíes, como entre los mandos españoles -recuérdese la cita de Sanjurjo a que hacíamos alusión con anterioridad- subyacía el tirayafloja de los intereses independentistas latentes.

Lo cierto es que el 18 de julio de 1936 había en el territorio del Protectorado español 40.000 hombres, de los cuales no menos de 9.000 eran tropas nativas, e, inmediatamente, el tradicional orden que para estas tropas establecieran las administraciones de la monarquía se vio sensiblemente alterado, pues al sistema de Tabor (brigada) / mehalla (regimiento) / makhaznia (compañía) se incorporó un orden más flexible y adecuado a las necesidades logísticas de las operaciones que se preveían para la guerra en la Península, dado que se adecuaron a las otras unidades del ejército regular español, e incluso se motorizó a las unidades de caballería de los Regulares o Mías, que fueron concebidas para operar y patrullar por las zonas montañosas del Rif con caballerías y mulos, se las dotó de algunos vehículos ligeros, al uso italiano.

El general Orgaz [134] recibió al Comité de Acción Nacionalista, explicándole que las autoridades constituidas en el área de la sublevación respetarían absolutamente todos los tratados, pero excluyendo toda pretensión de explotación de los recursos del Protectorado, lo que constituía un significativo paso atrás en la presencia española en el Norte de África. También les aseguró la disposición de los militares a atender las demandas de los grupos nacionalistas, e indicó que se proseguiría, incluso acelerándola, la labor ya iniciada de adecuación de los cuadros nativos destinados a hacerse cargo de la administración del país al final del mandato español, lo cual era mucho decir, dado que se nombraba la existencia posible de un fin para la presencia española allí. Al parecer este Comité quedó muy esperanzado por lo que oyeron de los rebeldes, que en definitiva eran los interlocutores tradicionales en el Protectorado, los cuales, en ese momento, estaban necesitados del apoyo marroquí así como de soltar el lastre de los compromisos sobre la zona. Debieron intuir los nacionalistas que Franco y sus socios políticos, habiendo perdido toda capacidad de explotación de Marruecos, veían la presencia española en África como una forma de colaboración con Francia que, dirigida por un Frente Popular, era paradójicamente un aliado natural de la República española, por lo cual, era probable que tarde o temprano, el grupo de los militares africanistas -paradójicamente- fueran quien se aviniera a una cesión de su Protectorado a los nacionalistas locales, que serían los aliados en el Sur del nuevo estado establecido en Burgos. Por ello el jefe de ese Comité nacionalista -Mekki-el-Nasiri- desde el momento mismo de la entrevista con Orgaz entró en una estrecha colaboración con la Alta Comisaría, lo cual facilitó y decantó la leva de contingentes marroquíes para enviar a la Península.

Sin embargo, el grupo nacionalista no era un todo homogéneo, menos aún desde que Abd-el-Krim, enunciase y configurase el incipiente Estado rifeño, de diseño republicano, como una alternativa real al poder tradicional del sultanato y a la presencia europea, por lo que Franco preferiría entenderse con los nacionalistas que podemos denominar institucionalistas, esto es, aquéllos que se aglutinaban en torno a las pretensiones de un estado totalmente soberano bajo el mandato de la atávica monarquía alauita. Posiblemente el planteamiento era un tanto pragmático por parte del general, por cuanto en la idiosincrasia magrebí, la fórmula monárquica apoyada en un basamento religioso, era más efectiva que las veleidades republicanas de los rifeños y de los intelectuales europeizados; como era un planteamiento emocional pues, en los militares africanos españoles, el rechazo al republicanismo operaba como una seña de identidad muy condicionadora de sus opiniones políticas.

Consideramos que había un entendimiento entre los sublevados y el Sultán, dado que el Gobierno de la República y sus amigos, los gobernantes franceses del Frente Popular, trataron de presionar para contrarrestar la situación de dominio de los militares rebeldes en el Protectorado, y la cómoda situación que le proporcionaba la colaboración de los nacionalistas marroquíes. Así el Residente francés M. Peyrouton, desde Rabat sugirió al Sultán que protestara por lo que se hacía a favor de los sublevados en la zona jalifiana. El Sultán, que era Mohamed V desde que en 1927 muriera su padre, firmó un manifiesto en el cual expresaba cómo los dirigentes imperiales marroquíes asistían con tristeza a las luchas que desgarraban "a un país amigo", y que lamentaba que partes de sus súbditos fueran llamados a sostener la causa de quienes pretendían derribar al Gobierno "con el que estamos en relación", como puede intuirse el comunicado era muy poco comprometido, pues se limitaba a circunscribir a la República por su estatuto de simple realidad oficial, ya que se la definía como una relación, con el sentido coyunturalista de esto en el lenguaje diplomático, por otra parte el definir a España como un país amigo, en el marco de Protectorado era una forma de reafirmar la soberanía marroquí sobre los territorios de intervención española, por lo cual el manifiesto de Mohamed V era más una declaración personal de sus intenciones independentistas, que el rotundo posicionamiento que esperaban los frentepopulistas franceses y españoles.

A partir de esa vaga condena del alistamiento de las tropas nativas por parte de los nacionales, una delegación de izquierdistas marroquíes, presidida por Chakib Arslan, viajó hasta Ginebra para entrevistarse con los delegados del Gobierno republicano español frente a la Sociedad de Naciones, animados por el apoyo del vago manifiesto del Sultán, y con la pretensión de conseguir que una comisión nacionalista marroquí fuera recibida en Madrid por el Presidente del Gobierno para abordar el futuro de Marruecos.

Mohamed V [135] parecía jugar sus bazas con precaución, pues si bien permitió que estos izquierdistas se presentasen como portavoces oficiosos de su criterio independizador, ante Franco mantenía la estrategia de una tácita facilitación de las levas de sus súbditos, que con sus presencias en las operaciones militares estaban adquiriendo para él la soberanía sobre el Protectorado, ya que los nacionales quedaron comprometidos y en deuda con la ayuda marroquí, aun siendo ésta, como hemos venido indicando, mercenaria.

La delegación de Arslan, que se debía sentir vocero del Sultán, viajó a Madrid, donde entregó un memorando en el cual se instaba al gobierno republicano a que proclamase la independencia del territorio marroquí y se aviniese a establecer un acuerdo bilateral [136]. Según el historiador francés Rezette, esta radical fórmula era ya vieja y tenía por autor a Abd-el-Krim, aunque éste sólo propuso una amplia autonomía política y administrativa del tipo de la convenida entre la República y la Generalitat de Cataluña.

El gobierno de Madrid, aún presidido por Francisco Giral, dio una rotunda respuesta negativa a la demandas de los nacionalistas magrebíes, aunque ofreció unos cuarenta millones de pesetas para la causa nacionalista marroquí -¡una de las paradojas de la política de aquellos días!-. Los marroquíes posiblemente decepcionados de nuevo ante la cortedad de miras de la política que se hacía en Madrid [137], marcharon a Barcelona donde los responsables de la Generalitat, muy sensibles a otros procesos nacionalistas y con veleidades de participar en la política exterior como forma de evidenciar de su peso político, se ofrecieron para apoyar su causa, y de hecho enviaron una delegación para entrevistarse con el nuevo gobierno de Madrid, presidido por Largo Caballero, aunque no encontraron mejor dispuestos a los socialistas de lo que anteriormente estuvieron los republicanos. Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire, dejó muy claro que se opondría en caso de que la cuestión se llevase al Consejo de Ministros, y Largo Caballero, más preocupado por las relaciones internas en su partido que por ser coherente con su discurso internacionalista, obvió la cuestión.

Más tarde Largo Caballero en un discurso [138] ante las Cortes, el 1 de diciembre de 1936, mencionó " la eventualidad de una revisión del Estatuto del Protectorado ". Los apuros de la República se imponían sobre el liviano discurso antiimperialista de otrora, sin tener consciencia de que se echaba la alternativa progresista marroquí en brazos de los nacionales de Franco, la cual en manos de los sublevados había de ser una importante base de aprovisionamientos y de apoyo logístico; en realidad, lo dicho por Largo era bastante impreciso, y aparecía desconectado del marco de las relaciones internacionales del gobierno de Madrid, especialmente cuando las relaciones con Francia eran prioritarias para la República, y no se podía pensar en tomar una decisión sobre Marruecos sin las pertinentes consultas con los franceses.

Sobre la cuestión, Largo Caballero dijo:

"Nosotros podemos asegurar al pueblo de Marruecos que el Gobierno de la República no regateará esfuerzo alguno para dar las máximas posibilidades a fin de que desarrolle su propia personalidad, su libertad, su bienestar y su progreso. En ese camino, el Gobierno de la República no se detendrá, si lo juzgase conveniente, ante la eventualidad de una revisión del Estatuto que rige aquel territorio. De otra parte, la declaración de que nosotros no olvidaremos nuestros compromisos internacionales nos autoriza a recordar a otros países los suyos para con nosotros, ya que la reciprocidad de derechos y deberes es la base en que se asienta la vida internacional."

Los proyectos de revisión del Estatuto no eran precisamente en el sentido de conceder al Marruecos español mayor libertad y autogobierno, dado que en el Consejo de la Sociedad de Naciones, el embajador de la República en Londres y el Ministro de Estado, negociaron con Francia y Gran Bretaña un tratado de asistencia mutua en la zona, que contemplaba el derecho de paso de las tropas francesas a través de España para acudir a su Protectorado -se temía la ocupación naval de los italianos habida cuenta del incremento de sus actividades en el Mediterráneo Occidental-, la utilización militar de las Baleares, y la modificación del Protectorado español a favor de los intereses anglo-franceses, en caso de conflicto internacional. El acuerdo se concretó en un documento fechado en Valencia el 9 de febrero de 1937, que sobre Marruecos decía:

"España estaría dispuesta a examinar, en una negociación conjunta, la conveniencia o no de la modificación de la situación actual en lo que concierne a sus posiciones en el África del Norte (zona española de Marruecos), con la condición de que esta modificación no se haga a beneficio de otras potencias que Francia o el Reino Unido. El Gobierno español es de la opinión que la movilización de sus posiciones en África del Norte debe servir para hacer posible, por la vía de acuerdos territoriales más amplios, la solución de problemas políticos que se encuentran en el centro mismo de las dificultades presentes y a cuya solución futura la política internacional de España está estrechamente ligada,...

...Mostrándose dispuesto a consentir ciertos sacrificios - zona española de Marruecos- y a conseguir que el país se decida a renunciar a la política de neutralidad que contaba hasta ahora con la adhesión de la mayoría de los partidos, el Gobierno de la República lo hace con la condición de que le ofrezca la posibilidad de ahorrar a su pueblo la prolongación de la hemorragia de la guerra."

En realidad la República pretendía negociar con algo que no tenía en su poder, siendo previsible, y así lo debieron entender franceses y británicos, que sin la perentoriedad y ahogo de la sublevación, la República española no cedería a los europeos el Protectorado a cambio de nada, más aún cuando no se contaba con los marroquíes que en esos momentos ya habían comprendido que el propio Franco, apoyado por Italia y los alemanes -tanto el III Reich, como la colonia de empresarios germánicos de Tánger y Tetuán-, sería el interlocutor válido para su cuestión en el futuro, de ahí que el gobierno del Sultán, más allá de la retórica diplomática no viese con malos ojos la participación de sus súbditos en el ejército franquista.

Pasados los primeros meses del levantamiento, los gobiernos frentepopulistas intentaron provocar el levantamiento de las cábilas rifeñas en contra de la autoridad que había establecido el gobierno de Burgos en la zona. Nosotros opinamos que el evidente fracaso de la estrategia radicó en el erróneo planteamiento con que se planteó la situación a los marroquíes, dado que se había menospreciado la oportunidad de alcanzar un acuerdo con los nacionalistas, quienes pronto comprendieron la visión obtusa, especialmente de Prieto y Largo Caballero, que los republicanos aplicaban a la cuestión marroquí.

Sin embargo, los nacionales, más avezados en las cuestiones locales supieron aprovechar la idiosincrasia local para crear en la zona un territorio favorable a sus posiciones, y dócil, por cuanto los problemas en el Protectorado habrían supuesto un grave lastre en el momento de mayor esfuerzo de guerra. Franco pudo proveer su ejército de moros, tanto por el sueldo ofrecido, como por el clima de apoyo que supieron crear los militares entre los grupos de poder y opinión de Marruecos entero.

Inmediatamente después del mandato del general Orgaz, que se mantuvo oficialmente como Alto Comisario hasta marzo de 1937, la gestión de Juan Beigbeder, el teniente coronel que le sustituyó, la podemos calificar de eficaz, sin entrar en consideraciones sobre su posible filoislamidad [139], ya que en un momento en que la base del discurso nacional era el desprecio a todo nacionalismo, las nacionalidades sectoriales -rifeñas, saharahuis y beréber- y a la formación de partidos, en el Protectorado se animó la creación del Partido Reformista que dirigió Abd-el-Jalak Torres, y el de la Unidad marroquí presidido por Mekki-el-Nasiri; ambos personajes habían cabildeado entre los republicanos en busca de atención para sus posiciones, quienes encontraron en la necesidad de calma y de hombres de los nacionales la oportunidad para operar políticamente en la zona española de Marruecos -sería interesante investigar el papel del Sultán en estos movimientos, pues no creemos fueran llevados a cabo sin su connivencia-. Lo cierto parece ser que Beigbeder creó la apariencia -aún no cierta- de un momento de bonanza para los intereses nacionalistas marroquíes. El 28 de enero de 1937, en el Teatro Español de Tetuán, se celebró un gran mitin nacionalista en el cual intervinieron Abd-el-Jalak Torres, Mekki-el-Nasiri, Hach Abd-el-Salam Bennuna, Hasan Bu-Ayad y Daul, que hicieron una apología de los sublevados y de su positiva visión de la causa nacionalista magrebí. En realidad Franco tenía mucho que ganar con una retaguardia satisfecha en el Protectorado [140], y no debía temer a Francia, que empezaba a preocuparse más por sus asuntos europeos que por los intereses de su presencia en Marruecos. Nos parece significativo que el tono de las intervenciones en el citado mitin pasaran por presentar a los sublevados como protectores del Islam, y de Marruecos en particular, lo que en la clave socio-política del Magreb era una apuesta sobre éxito seguro, dado que no había prácticamente ninguna opción política en todo el Norte Africano que se presentara como laica -el primer caso será la de Burguiba varios años después en Túnez-.

Por esos mismos días el gobierno de Franco, que emprendió una ágil política de contactos en los países árabes, posiblemente para contrarrestar, por cuenta de sus socios del Eje, la actividad franco-británica entre las autoridades musulmanas [141], nombró consul español en Yedda y La Meca a un marroquí, Sidi Mohamed Kaddor Ben-Amkar, y no se dudó en rebautizar un trasatlántico español, el Marqués de Comillas, con el nombre de Magreb el Azka, para ponerlo a disposición de los peregrinos que en el año 1937 viajarían a La Meca [142]. Nos parece que debió ser una bastante económica inversión en captación de las voluntades de los notables locales, y un eficaz método de propaganda religiosa a favor del bando franquista. Por su parte la República, que había menospreciado la colaboración con los nacionalistas magrebíes propuesta por los nacionalistas catalanes, se limitó a pretender que los Banu Tuzin -una tribu de la frontera con el Protectorado francés- se amotinasen contra las autoridades nacionales de Tetuán [143].

No obstante estas consideraciones, podríamos sistematizar, en un intento de resumir las posibles motivaciones de los marroquíes para alistarse como mercenarios en el ejército nacional, una serie de aspectos que se han barajado en relación con esta cuestión:

La huida de la miseria en que estaban sumidos el campo y los suburbios urbanos; puesto que la economía, marroquí tradicionalmente débil, se había visto muy mermada por las hostilidades de oposición a la presencia europea.

La captación de cierto tipo de nacionalismo marroquí, que podríamos denominar domesticado, tanto por las autoridades españolas -fuesen éstas republicanas o nacionales-, como por el Sultán.

La colaboración con los sublevados de un sector confesional islámico muy importante, posiblemente el más oficialista en términos de la legalidad religiosa malikí, para los cuales no fue difícil pergeñar un discurso pietista sobre la bondad del apoyo a los creyentes -aun cristianos- frente a los rojos, ateos y sin religión [144].

El descabezamiento de la oposición interna rifeña, que podía haber considerado que mejor que colaborar con los españoles, con independencia de las simpatías por los bandos, la Guerra Civil española era una inmejorable oportunidad para sacar partido de las necesidades españolas y obtener concesiones políticas reales, e incluso poder reanudar la beligerancia, aunque esto último, desterrado Abd-el-Krim, y después de la preventiva ejecución de varios cabecillas rifeños próximos a la República, llevada a cabo con toda impunidad por parte de los mandos militares sublevados, aparecía como opción de arriesgado éxito [145].

Ha de tenerse en cuenta la mentalidad local, el deseo de revancha o venganza, aun sobre un objeto impreciso, que hacía muy atractivo para los moros el poder, con total impunidad, ir a matar españoles, fuesen estos quienes fuesen. [146]

Con sencillos pero estratégicos gestos, Beigbeder mantuvo en calma la zona española de Marruecos, ya que, por ejemplo, decretó como fiesta oficial -lo cual no se había hecho hasta el momento- las celebraciones religiosas musulmanas, en concreto con motivo del Aid El Kebir, o Pascua Mayor, el 21 de febrero de 1937 se celebraron en Tetuán desfiles de adhesión al nuevo gobierno ante la Alta Comisaría y se sacrificaron corderos que se regalaron a la población, y tres días después de aquellas manifestaciones, en un acto de confraternización hispano-marroquí, en el que participó el ya entonces omnipresente Abd-el-Jalak Torres, que empezaba a operaba como el agente y factótum de los franquistas en la zona, y un dirigente de la Falange local dio lectura al decreto que derogaba el Dahir Bereber [147] para la zona de administración española.

Otro de los colaboradores de los nacionales en la zona, Mekkiel-Nasiri, escribió en el periódico nacionalista Unidad Marroquí:

"Marruecos ha vivido casi cinco lustros de protectorado sin que en este lapso haya conseguido llegar a una verdadera inteligencia con las naciones protectoras. Por primera vez, gracias a España, hemos superado esta incomprensión. El reciente decreto, reservando el 75 % de las plazas de la administración para los marroquíes, es superar los tratados internacionales que son como largas, pesadas y ásperas montañas que oprimen a los marroquíes"

La situación española no permitía el distraer los cuadros con que contaba el franquismo en la península para gestionar el Protectorado, de forma que decretando tan alta cuota para los locales en la administración, se ahorraban efectivos y se creaba la apariencia de una cesión de funciones, que por otras circunstancias, acabaría por ser real años mas tarde [148].

Por un decreto o Dahir del Majzen -Gobierno imperial de Marruecos- fechado el 19 de Diciembre de 1936, se elevó a la categoría de ministerio a la Dirección de Bienes Hábices -órgano para la administración de las donaciones y fundaciones piadosas islámicas, cuestión que generaba un poder económico y notable prestigio político y social-, y para el cargo el Sultán designó a Abd-el-Jalak Torres, con lo que podemos dar por completado el círculo que explica las relaciones reales entre Franco y Mohamed V; por parte de los españoles se abordó un interesante proceso administrativo, cuyo análisis, excede la ambición de esta exposición, que desembocaría en la creación de un Servicio Nacional de Marruecos y Colonias, que dirigiría el experto marroquí por excelencia en el bando nacional, el general Gómez Jordana, siendo también significativo que al acabar la guerra el arabófilo Beigdeber pasase a ser Ministro de Asuntos Exteriores en agosto de 1939 [149].

Finalmente, hay que pensar que el disponer de los efectivos militares nativos hubo de suponer un cierto reforzamiento de la posición de Franco en el seno del grupo sublevado, aunque evidentemente esta cuestión es de menor relevancia, dado que en los primeros momentos de la guerra su candidatura a ser cabeza de los insurgentes estuvo cuestionada por Manuel Hedilla [150], a la sazón jefe interino de la Falange y portavoz del encarcelado José Antonio Primo de Rivera -quien, por su parte, no llegó a simpatizar con Franco, entre otras causas por el conflicto electoral producido en Cuenca, cuando ambos pretendieron ser candidatos en mayo de 1936, el primero como candidato de la Falange y el general en las listas de la CEDA [151] -; Hedilla contaba en su haber personal con el apoyo de unos diez mil hombres, los cuales formaban una parte de los Voluntarios Católicos Gallegos; de manera que intuimos un pulso en el poder y control de la gestión militar entre los sublevados y una cierta lógica clientelar respecto a las aportaciones tácticas de cada grupo de los que conformaban el sector nacional y en relación con el reparto de la autoridad y el protagonismo; Franco y sus colaboradores jugando, en lo que guarda relación a los aspectos internos del ejército, la baza marroquí -como parte del control sobre la ayuda extranjera- se puso por delante de los descabezados falangistas, de Kindelán y los monárquicos, de Mola y sus carlistas o de Queipo y los “señoritos” andaluces y extremeños.

Para Azcárate la intervención de las tropas africanas en la contienda española fue más decisiva en la procura del éxito que el apoyo militar italiano y alemán unidos [152]; y Mª. Rosa de Madariaga escribirá respecto a esta cuestión que:

"several important extra-Spanish factor... wiich contribudad subtancially to Franco´s victory..."

Como vemos los actores del proceso de entendimiento entre los nacionalistas próximos al Sultán y los elementos franquistas activos en el Protectorado durante la Guerra española fueron los administradores del proceso de descolonización, que intuimos, de una u otra forma, pactado en los primeros momentos de la sublevación, y de que la entrega de los soldados marroquíes fue la moneda más valiosa en el trato.

Para la posterior política exterior franquista la toma de posición de las autoridades marroquíes a favor de la causa nacional y las implicaciones de los militares africanistas en los asuntos magrebíes y la colaboración con los nacionalistas magrebíes, así como las formas que esta colaboración adoptó, hubo de suponer un hito de relevancia diplomática singular. Tras la inmediata victoria del sublevamiento, los nacionales tuvieron unas muy buenas relaciones con el Norte de África, y por extensión con los países musulmanes, constituyéndose esto como una de las líneas maestras de la política exterior hispana, situación que se ha perpetuado, dado que si para los demás países colonialistas los procesos de independencia de los años cuarenta y cincuenta supusieron un menoscabo de prestigio, en el caso de España en Marruecos no fue de esta forma, puesto que la colaboración entre los intereses del franquismo en los días de la guerra y el nacionalismo monárquico marroquí había tejido cierta suerte de complicidad política; mas aún cuando las torpezas de la República en relación con la zona fueron notabilísimas, ya que no se escuchó la oferta de los nacionalistas republicanos apadrinados por los catalanes, y se antepusieron las exigencias, a veces muy veleidosas, de los franceses a una estrategia propia para la zona; e incluso la República pretendió con gran impericia utilizar el Protectorado como moneda de negociación internacional, excluyendo la opinión y los intereses de los locales, cuando mediante un memorando a la Sociedad de Naciones Alvarez del Vayo, ministro de exteriores de la República, propuso la cesión de la zona a Gran Bretaña, e incluso a Alemania, con la pretension de soltar lastre, a fin de reforzar su queja en relación con la utilización de los soldados magrebíes en la contienda, a lo que los británicos respondieron negativamente. Como negativa fue la opinión respecto a la queja de las autoridades republicanas el 9 de marzo de 1937 ante el Comité de No Intervención en ese mismo sentido, a lo que el gobierno británico respondió que consideraba la presencia de marroquíes en el ejército franquista como una cuestión que era interna y esencialmente española, dado que consideraron aquellas unidades como integrantes del Ejército español; tampoco podía satisfacer a Francia una propuesta de ese tipo dado que por un lado temían a Alemania y hubieran considerado inaceptable formar frontera con las autoridades nazis en el Norte de Africa, así como porque desconfiaban de la competencia que Gran Bretaña podía ejercer sobre sus intereses en caso de haber heredado el Protectorado español, ya que cualquier administración española sobre Marruecos, por débil, era la mejor opción par los intereses de Francia; por otra parte no descalificaron la utilización de tropas nativas, por cuanto la solapada colaboración de los muy autónomos oficiales de colonias franceses, e incluso el alistamiento mercenario de algunos de ellos, fue un hecho habitual.

En definitiva, con la gestión del Protectorado español sobre Marruecos, los sublevados no sólo se hicieron con el control de una importante cantera de efectivos humanos, sino que acotaron una parcela de la política exterior española, que sería de relieve en las épocas del aislamiento diplomático internacional al Régimen de Franco. Por su parte los marroquíes establecieron un nuevo estado de cosas en la situación colonial sobre el territorio sujeto a protección; sería excesivo decir con rotundidad que "compraron" su independencia con la colaboración en la guerra española, no obstante esto facilitó la posterior justificación franquista del abandono del estatuto protectoral, que camufló su incapacidad para afrontar el proceso nacionalista y descolonizador con el argumento de la generosidad y la deuda moral ante los antiguos colaboradores en el éxito de la Cruzada; si bien Franco y sus colaboradores en la política exterior, al menos durante los años inmediatamente posteriores a la contienda, abrigaron el deseo de establecer un imperio colonial sobre el Magreb a costa de la debilidad francesa. Parece evidente que la dependencia de las tropas nativas durante el conflicto español, e incluso la propia existencia en la zona de ese importante contingente de ex-combatientes nativos, entrenados en la Península, hubiera hecho inviable una permanencia colonial en el Norte africano sobre los presupuestos políticos previos al año 1936.

Finalmente, y de forma colateral, creemos que puede ser interesante observar la cuestión de las tropas indígenas marroquíes como parte importante en la construcción de la imagen política y mental que el propio Franco acabó por tener de sí mismo y de sus ejércitos, dado que la fidelidad perruna de los contingentes magrebíes, alimentó el arquetipo caudillista que acabó por interioridad el personaje, puesto que no en pocas ocasiones se refirió al modelo de autoridad observado a los nativos en el Protectorado como el paradigma del mando natural, basado en la obediencia ciega a las ordenes, mando sustentado y orientado por cierta crueldad calculadora y mucho pragmatismo; de manera que con aquellos soldados no sólo incorporaron unos importantes contingentes militares, sino que aderezaron al posterior franquismo con el modo etno-cultural local de concebir la guerra, muy grato y útil a Franco y a los individuos que le secundaron en su ascensión personal.

[105] Trabajo de Investigación en el curso de doctorado “ La Guerra Civil española. Aspectos internacionales” seguido en la Universidad de Extremadura. Año 1999. Publicado en la Revista digital “Hispania Nova”, dirigida por el Prof. Martínez de Velasco, de la UNED.

[106] Citado por: LEGUINECHE, M.: Annual 1921. El desastre de España en el Rif, Madrid: Alfaguara, 1996, p. 10.

[107] La administración española en 1910 había firmado un acuerdo con el Sultán, por el cual éste se comprometía a establecer una fuerza de policía nativa con el fin de reducir el bandolerismo y evitar una mayor ruptura de la vacilante paz de la zona. Pero, habiéndose mostrado el sultán impotente para crear aquel cuerpo, el ejército español lo hizo a su modo. En junio de 1911, se fundaba en Melilla el Cuerpo de Regulares, básicamente compuesto por efectivos locales fieles a España. La dirección de estas fuerzas estaba destinada a constituir el campo de entrenamiento para algunos de los jefes militares españoles más destacados, como Sanjurjo, González Tablas y el propio Franco. Fue el mismo general Berenguer quien se ocupó personalmente de la constitución del cuerpo, y lo asignó a la protección de las áreas ocupadas por los españoles, dejando la frontera a las tropas españolas.
Según Antonio Azpeitua [Azpeitua, A.: Marruecos la mala semilla; ensayo de análisis de cómo fue sembrada la guerra del Rif. Madrid, 1921, p. 60.], un severo crítico de la aventura marroquí, los hombres que ingresaban como voluntarios en este cuerpo castrense, al principio corrieron el peligro de ser expulsados de sus propias tribus, por lo que el grado de fidelidad hacia España era muy relativo; de hecho los conflictos internos marroquíes siempre estuvieron presente en la historia de estas unidades como lo atestigua el incidente de la ocupación de Ifni, que más tarde comentaremos, o la presencia en estas unidades de jefes rebeldes que adiestrados en ellas utilizaron sus conocimientos e inclusos las impedimentas que pudieron distraer para hostigar a los españoles, como en el caso de Ahmed Heriro, que tras servir en los Regulares de Tetuán se convirtió en un protegido y colaborador de El Raysuli, al norte de Xauén.

[108] El Protectorado de Marruecos, fue el sistema colonizador ejercido por España sobre parte de este territorio norte-africano. Aunque la fórmula jurídico-política arrancó de los acuerdos de Algeciras de 1912. No es hasta 1927, tras la incipiente pacificación de la zona exterior del Rif, cuando realmente se puso en marcha, por parte de los gobiernos españoles, el régimen de Protectorado.
A partir de ese momento se pudo impulsar el desarrollo económico con atención preferente a la sanidad, enseñanza y comunicaciones. La inmediata crisis de 1929 también incidió sobre Marruecos. El malestar se dejó sentir especialmente en las ciudades. Fruto de dicha situación fue la fundación del Partido Comunista Marroquí y un denominado Comité de Acción (1934). Los gobernantes republicanos españoles, pese a su espíritu reformista, no consiguieron los resultados esperados. Las tensiones sociales se proyectaron sobre el Comité de Acción, el cual se dividió en 1937 en dos alas, base de los futuros partidos: Istiklal y Partido Democrático de la Independencia. En vísperas del 18 de julio de 1936 (inicio de la Guerra Civil española), España disponía en Marruecos de un ejército de unos 32.000 hombres, incluidos los nativos, según las estimaciones más fidedignas, tropas que llegaron a ser claves en la sublevación militar franquista. Puesto que como explica Paul Preston: " el Ejército de África era un recurso inestimable, unas tropas de choque capaces de asimilar las bajas sin que hubiera repercusiones políticas ".
Ver: PRESTON, Paul: Franco. Caudillo de España. Barcelona: Grijalbo/Mondadori, 1994, p. 189
Después de la II Guerra Mundial se acentuó el impulso colonizador en el terreno agrícola por parte de los europeos - Programas de Lucus y Kert-, se diversificaron las explotaciones, se impulsaron las fuerzas productivas y de transformación social. Los aires descolonizadores soplaron en dirección de la Unidad Marroquí. Entre tanto, Francia estaba absolutamente dedicada a la guerra mundial. El sultán Mohamed V (1927-1961) en 1944, por primera vez, rehusó ratificar las decisiones del Residente general francés (principal representante del gobierno). La agitación iba en aumento. Para intentar controlar la oposición, los franceses depusieron y desterraron al Sultán en 1953. Ante el empeoramiento de la situación, se le permitió regresar en 1955. Al año siguiente, Mohamed V consiguió la independencia de su país tanto por parte de Francia - marzo- como de España - abril -.

[109] Spillmann, Georges,: Du Protectorat à l`Independance, Maroc (1912 -55). París: Chastel, 1967, p. 27.

[110] Con exactitud el caid es la figura del juez islámico. Dada la idiosincrasia magrebí, los españoles optaron por emplear para las funciones de enlace administrativas y militares a estudiantes de ciencias islámicas, por cuanto este estatuto comportaba una cierta respetabilidad entre los moros, de ahí que se les denominara en la nomenclatura española con el título religioso que ostentaban; el propio Abd-el-Krim, en la etapa que fue funcionario de la administración protectoral en Melilla, aparece como caid para los asuntos relacionados con su cábila.
Se puede ver: Woolman, David S.: Abd el-Krim y la guerra del Rif. Barcelona: Oikos, 1988.

[111] SALAS LARRAZABAL, Ramón: El Protectorado de España en Marruecos. Madrid: Mapfre, 1992, p. 85.

[112] Al escribir legal nos referimos aquí al ámbito de la legislación islámica o sharîa`, en virtud de la cual la relevancia del juez o del mufti sobre las comunidades de creyentes es muy notable, especialmente si se contempla desde los parámetros que ya a principios de siglo la sociedad europea concedía a las opiniones eclesiásticas católicas.

[113] BENEITEZ CANTERO, Valentín: Sociología marroquí. Tetuán: Sur, 1952.

[114] Si tenemos en cuenta que en el ideario que animó el movimiento nacionalista marroquí encabezado por Mohamed V, se hacía continua referencia a este hecho y a los argumentos religiosos que animaron a Muley Hafid a enfrentarse al Sultán y a Francia, convendremos que para que los sublevados pudieran disponer de los soldados marroquíes, no sólo fue importante la soldada que ofrecieron, sino que hubo que contar con complacer a los poderes marroquíes. Posiblemente este fue un factor relevante en la determinación de abandonar el Protectorado, aunque, evidentemente, la penuria económica de la España franquista y su incapacidad para soportar el esfuerzo colonial fue la causa esencial de tal decisión.

[115] LE TOURNEAU, Roger: "North African Rigorism and Bewilderment". En GRUNEBAUM, Gustave von, Unity and Variety in Muslim Civilization, Chicago, 1955, p. 97.

[116] MADARIAGA, Mª Rosa de: "The Intervention of Maroccan Troops in the Spanich Civil War. A Reconsideration". En: European History Quartely, 22 - 1992, p. 71.

[117] Discurso citado por SALAS LARRAZABAL: op. cit., p. 182.

[118] Madariaga, Mª. Rosa de: op, cit., p. 73.

[119] AGUIRRE, A y otros: "Nombres propios para una diplomacia: la política exterior española en el siglo XX." En: Revista de Hª Contemporanea, nº 15, Universidad del País Vasco, 1996.

[120] AZAÑA, Manuel: Obras Completas. México: Grijalbo, 1971, t.2, p. 231 a 238.

[121] La oferta a los voluntarios consistía en conceder la prioridad para el apetecible ingreso en la Guardia Civil o el Cuerpo de Carabineros transcurridos cuatro años de servicio en el ejército de África, y de la dotación económica para el colonizaje agrícola del Protectorado a partir de los doce años de servicios en la zona.

[122] Cuestión comentada por SALAS LARRAZABA:, Op. cit., p. 203.

[123] [AZAÑA, Manuel]: Memorias íntimas de Azaña, Madrid: Grijalbo, 1939, p.204-5. Apunte correspondiente al día 12 de agosto de 1932.

[124] El propio Sanjurjo enojado y resentido, durante el verano de 1933, en su encarcelamiento tras el fracaso de su golpe, llegó a ironizar diciendo: "Franquito es un cuquito que va a lo suyito".
Ver: VEGAS LATAPIÉ, Eugenio: Memorias políticas: el suicidio de la monarquía y la Segunda República. Barcelona: Planeta, 1983, p. 184.

[125] HIDALGO DURÁN, Diego: ¿ Por qué fui lanzado del Ministerio de la guerra? Diez meses de actuación ministeria., Madrid, 1934, p. 171.

[126] Salas Larrazabal, J.: Los datos exactos de la guerra civil. Madrid: Fundación Vives de Estudios Sociales, 1980.

[127] Dice el Decreto nº 92 de 12 de Septiembre de 1936, que el Gran Visir Sidi Ahmed El Ganmia, o Jauinia - ya que de las dos formas aparece citado -: "acudió con celeridad a Tetuán para contener la explosión popular que se produjo, aquietar los ánimos, reducir a los exaltados y conseguir que todos regresaran a casa ", por lo cual se le concedió la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que habría de ser la máxima distinción del régimen franquista. Acción ésta que, según Preston, hubo de facilitar enormemente el enganche de los locales en el ejército sublevado.
Ver: Preston: op. cit., p. 188.

[128] Lahbabi, Mohamed: Le Gouvernement marocain à l´aube du Xxe. siècle. Rabat: Watan, 1957.

[129] Preston menciona que Orgaz fue designado para el cargo, siendo ésta una de las primeras medidas de la Junta Técnica burgalesa, "con la tarea de mantener el flujo de mercenarios marroquíes".
Ver: PRESTON: op. cit..., p. 237.

[130] Vid.: Boulletin du Comité de l´Afrique française. Remeignements coloniaux. oct. 1938.

[131] AZNAR, Manuel: Hª. militar de la Guerra de España. Madrid, 1940.

[132] Ver: BEN JELLON, Abd-el-Hajid: " La participación de los mercenarios marroquíes en la guerra civil española (1936-1939)", Revista Internacional de Sociología, v. 46, nº 4, octubre-diciembre 1988.

[133] FONTAINE, Pierre: Abd el Krim. Origen de la rebellion nord-africaine. Paris, 1958, p. 162.

[134] GARCÍA FIGUERAS, Tomás: España y su Protectorado en Marruecos (1912-1956) y África en la Acción española. Madrid: Nacional, 1965.

[135] Morales Lezcano, Vicente: El colonialismo hispano-francés en Marruecos. Madrid: Rialp, 1978, p. 98. y España y el Norte de África: El Protectorado en Marruecos (1912 - 1956), Sevilla: Sur, 1967. p. 107.

[136] Ibarruri, Dolores [edit.]: Guerra y Revolución en España 1936 - 1939. Madrid, 1983, ps. 220 a 225. y El único camino. [edit. Mª Carmen García-Nieto París] Madrid: Castalia, 1992.

[137] Previamente tuvieron que asistir a la torpeza con que España llevó el asunto rifeño, sin percibir las posibilidades de fomentar el nacionalismo de esa region en detrimento de los intereses de Rabat
Vid.: Gabrielli, León: Abd-el-Krim et les événements du Rif, 1924-26. Casablanca: Sirf, 1954, p. 239.

[138] Citado por Tusell, J. y otros: La política exterior de España en el s. XIX. Madrid: UNED, 1997, p- 345.

[139] LOSADA MALVÁREZ, J.C.: Ideología del ejército franquista (1939 - 1959). Madrid: Istmo, 1990.

[140] ARMERO,J.M.: La política exterior de Franco, Barcelona: Planeta, 1978, p. 45.

[141] Si tenemos en cuenta la importancia que más tarde tuvo en Asia para los ingleses la colaboración de los musulmanes indios, dirigidos por Yinah, durante los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial; se comprenderá que esta cuestión, aparentemente periférica, jugase un papel considerable en la estrategia general de los bloques que, ante la inminencia de la guerra mundial, se estaban formando en todo el mundo.

[142] Algora Weber, D.: Las relaciones hispano-árabes durante el régimen de Franco. La ruptura del aislamiento internacional (1946 - 1950). Madrid: Mº. de Asuntos Exteriores, 1995, p. 25.

[143] Vid.: MELLOR, F.H.: Marocco Awakes, Londres, 1939, p. 113. 144 PAYNE, Stanley G.: Politics and the Military in Modern Spain. Londres: Standord CA., 1967, p. 519.

[145] Sobre estos asuntos sería de interés el analizar los archivos de la Fundación Torres, ya que Mª. Rosa de Madariaga - vid. Op. cit. - apunta que podrían ser ilustrativos de la situación creada en Marruecos en los primeros días de la sublevación.

[146] Puede apoyarse esta opinión en los estudios sobre la mentalidad e idiosincrasia nativa de Seddon, D.: Maroccan Peasants. A Century of Change in the Eastern Riff (1870-1970), Folkstone, 1981, p. 157.

[147] El Dahir Bereber era un Decreto de la administración francesa que pretendía proteger, en primera instancia la lengua chejla o bereber frente a la presión cultural del árabe, lo que era una decidida apuesta por complacer a los nacionalistas rifeños, que tenía consecuencias e implicaciones políticas teñidas de problemática religiosa, dado que el árabe era la lengua religiosa y la utilizada en las ciudades, esto es, en el Blad-es-Majzen; ya el prestigio político del sultanato era de base religiosa, fomentando los localismos bereberes, religiosamente sincréticos, se pretendía debilitar en las áreas rurales el limitado poder imperial.
Se puede entender que la toma de posición en favor del árabe, por parte de la derogación del Dahir, era un acto de compromiso con las fuerzas nacionalistas marroquíes vinculadas al Sultán, quien, en definitiva era el único obstáculo para la movilización de marroquíes en los ejércitos de Franco.

[148] De hecho, inmediatamente después de la Guerra Civil se podrán apreciar importantes cambios en el poblamiento de los españoles sobre el territorio del Protectorado. Ya en 1940 la colonia española descendió a hasta el 6,3 por ciento del total de la población - la más baja tasa de todo el periodo protectoral -, sin duda a causa de las alteraciones demográficas y de la redistibución administrativa producida a causa de la contienda española.
Ver: BONMATÍ, José Fermín: Españoles en el Magreb. Siglos XIX y XX. Madrid: Mapfre, 1992, p. 247.

[149] Sabin Rodríguez, J.: La dictadura franquista (1936 - 1975). Textos y documentos. Madrid: Akal, 1997.

[150] PAYNE, S.G.: op. cit., n. 35 a p. 519.

[151] GIL ROBLES, José María: No fue posible la paz. Barcelona: Planeta, 1968, p. 561.

[152] Azcárate Flórez, P.: Mi embajada en Londres durante la guerra civil española. Barcelona, 1976, p. 319, ref. a documento nº. 24.

Libros.ir
http://libros.ir/libros/Biblioteca%20Islamica/Revistas%20y%20articulos%20de%20temas%20diversos%20(48)/Cinco%20articulos.pdf

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