Conferencia internacional por la paz
ENSAYOS
LA GUERRA FINGIDA Y LA RESISTENCIA POPULAR
James Petras
Doctor en Sociología, profesor en la Universidad Estatal de Nueva York.
Traducción de Marina de Santiago Haas
El informe sobre la invasión norteamericana a Iraq, está envuelto en mentiras y distorsiones que magnifican los éxitos del mandato militar de Estados Unidos. Se cita la historia de una victoria rápida con un mínimo de víctimas, para ilustrar el poder militar superior de Estados Unidos, la genialidad de los estrategas del Pentágono en el derrumbe del espíritu militar de las fuerzas iraquíes ante una fuerza militar superior y el inevitable triunfo militar estadunidense. Pero, a pesar de la amplia circulación de esta versión en todos los medios de comunicación y su virtual aceptación por parte de los escritores de todas las inclinaciones políticas, quedan varias preguntas importantes por responder:
¿Por qué no se utilizaron los aviones iraquíes, para atacar los puestos del comando militar norteamericano en Kuwait y los barcos estadunidenses, que estaban a sólo unos minutos de distancia? ¿Porqué dejaron a Bagdad prácticamente abandonada militarmente? ¿Porqué ha habido más víctimas militares norteamericanas después de la guerra, que durante ella? ¿Porqué no ha disminuido la resistencia y espíritu de lucha iraquíes, bajo la ocupación militar de las tropas norteamericanas? Estas preguntas, conducen a una interrogante más profunda: ¿fue realmente una “guerra” la “escaramuza militar” dada entre las fuerzas invasoras de Estados Unidos y el gobierno de Iraq?
Respuestas
Más de treinta mil soldados iraquíes y ocho mil civiles, fueron aniquilados y muchos miles más heridos. Esto quiere decir que, hubo un ataque sumamente violento por parte de Estados Unidos, contra las ciudades e instalaciones militares en Iraq. Una invasión militar e, incluso, una ocupación, no significan necesariamente que una guerra haya ocurrido. No me refiero a que no hubo focos de resistencia, algunos bastante decididos, pero lo que está claro es que las ciudades estratégicas, las ciudades petroleras del Norte, Bagdad y las ciudades petroleras de las zonas fronterizas del Sur, fueron conquistadas sin encontrar mayor resistencia, a pesar de las vastas reservas de armamento, un ejército de infantería numeroso y los partidarios armados informalmente.
El concepto de “guerra”, implica un conflicto entre dos ejércitos, lo cual en gran parte no sucedió. Es verdad que, los Estados Unidos, actuaron como si hubiera habido una guerra, bombardearon, mutilaron, masacraron, movilización de sus fuerzas terrestres y de armamento.
Conquistaron Iraq, pero, nunca entablaron un combate. Es una guerra peculiar, por un lado bombardeando y conquistando y, por otro, jugando un papel mínimo. Conforme las horas se convirtieron en días, la armada norteamericana avanzaba sin esfuerzo alguno.
Los militares estadunidenses, ofrecieron dos explicaciones, ambas autocomplacientes y ampliamente difundidas por los medios. La primera, fue que, los ataques aéreos habían “devastado” a los militares iraquíes, tanto física como psicológicamente, por lo cual “retrocedieron” abandonando sus puestos o se rindieron. Tal “explicación” levanta aún más interrogantes: si “retrocedieron”, ¿a dónde se fueron?
En ningún momento, hubo un “último enfrentamiento” o un lugar de resistencia masiva concentrada. Si el comando iraquí, abandonó a su ejército, ¿cómo es que sucedió? La responsabilidad de la disciplina y del reagrupamiento de una fuerza militar, yace en el comando militar. En tercer lugar, menos del 5% del ejército iraquí estaba incapacitado, al menos físicamente: ¿porqué el 95% restante no permaneció en la batalla?
Cuando los eruditos y académicos racistas, neoconservadores y sionistas, atacan con frecuencia e ignorancia a la “mentalidad árabe”, expresan abiertamente su desprecio por la falta de disciplina de los árabes, de habilidad para pelear y de su incapacidad para desafiar a un adversario democrático decidido como Israel y Estados Unidos.
Se sirven de estos típicos clichés imperialistas, para “explicar” todas sus victorias militares y justificar futuras invasiones militares. Dicha “explicación”, no logra justificar los constantes ataques diarios de la resistencia iraquí hacia el ejército norteamericano de ocupación “después” que terminara la guerra. Más aún, esta opinión racista sobre “los árabes”, que tienen los sionistas del Pentágono en particular, es la responsable de los “cálculos equivocados” de Estados Unidos en la guerra: la idea desacertada de que los iraquíes se someterían a la ocupación estadunidense, que habría poca resistencia y que las “calles árabes” se verían intimidadas por las “grandes bombas” (según Kagan). La mayoría de las tropas iraquíes no se rindieron, muchos iraquíes no fueron presos sino hasta después de la guerra. El comando de Gran Bretaña y Estados Unidos no reportó más que unos cuantos miles de prisioneros de guerra. El arsenal de las armas iraquíes, no fue entregado porque los portadores de dichas armas no las entregaron. Estados Unidos no desarmó al ejército iraquí, porque nunca los capturó para desarmarlos, como debería suceder normalmente cuando un ejército vencedor captura a las tropas enemigas.
La tesis de una guerra fingida
La invasión militar estadunidense de Iraq, resultó ser una guerra fingida, donde Estados Unidos pretendió retar a un enemigo a combatirlo, cuando en realidad ocupó violentamente el país con un mínimo de resistencia. Estados Unidos no ganó ninguna guerra, como claman sus líderes políticos y militares, los generales iraquíes y algunos de sus políticos clave les hicieron entrega del país.
Estados Unidos ocupó Iraq rápidamente, debido al comportamiento traidor de sus jefes militares. El manejo de su liderazgo político en vísperas de la guerra, sobre todo respecto a las Naciones Unidas, también minó seriamente las defensas iraquíes. A falta de liderazgo, estrategia y dirección, las fuerzas armadas iraquíes apenas si pelearon frente al avance militar norteamericano. De hecho, los acuerdos secretos entre generales iraquíes y Estados Unidos, les permitieron una salida segura, a cambio de la desmovilización de las fuerzas iraquíes (sobre todo en Bagdad y las demás ciudades) y la preservación de los campos petrolíferos para la explotación norteamericana.
Pero, las fuerzas armadas de Iraq, no fueron derrotadas en combate, más bien su capacidad para resistir la primera fase de la invasión se vio debilitada. Posteriormente, ya sin el traicionero comando general y habiendo sido despedidos por el segundo procónsul norteamericano, Bremer, muchos exsoldados se convirtieron en resistencia anticolonial, emprendiendo decenas de batallas de confrontación diaria contra el ejército estadunidense. Tenemos entonces, contra lo que dice Bush, la guerra de Estados Unidos e Iraq empezó, no terminó, el 19 de marzo de 2003.
Por primera vez, el pueblo iraquí no estuvo dirigido por líderes conciliatorios que permitieran a la ONU realizar inspecciones, rendir informes y desarmar a las defensas iraquíes, proporcionando así una fuente vital de inteligencia estratégica y de apoyo para los preparativos de guerra norteamericanos y británicos. La resistencia iraquí anticolonialista, representa una nueva y más efectiva configuración de adversarios militares contra el imperio estadunidense, capaz de prolongar una guerra del pueblo, lo cual era inconcebible bajo el mandato de Saddam Hussein y sus comandantes militares. Para entender cómo estalló la verdadera guerra entre Estados Unidos e Iraq, sería útil repasar el proceso que condujo a la misma.
Los preparativos de la preguerra
Durante la década de 1990, el régimen iraquí adoptó una política conciliatoria hacia Estados Unidos. A pesar de la propaganda del gobierno yanqui y los medios de comunicación, sobre la “falta de cooperación” de Saddam Hussein, su “intransigencia” y sus armas secretas de destrucción masiva. En realidad, el régimen se sometió a las misiones de las Naciones Unidas de búsqueda y destrucción de todas las instalaciones militares más importantes, fábricas de armamento y plantas científicas. Bajo la dirección del secretario general nombrado por Estados Unidos, Kofi Annan, los inspectores de la ONU, incluyendo a Richard Butler y otros que trabajaban con y para la CIA, entregaron a la inteligencia norteamericana información estratégica sobre la ubicación de los blancos militares y la capacidad militar de Iraq. Asimismo, le proporcionaron información basada en entrevistas a científicos, generales y funcionarios políticos, respecto a sus niveles de compromiso ante el régimen y sus probables reacciones ante un futuro ataque de Estados Unidos.
A lo largo de la década anterior, los equipos de inspección de las Naciones Unidas y sus contrapartes en la Agencia Internacional de Energía Atómica, dirigida por otro cliente designado por Estados Unidos, El Baradi, destruyeron por completo todo sistema concebible de armamento que pudiera haber defendido a Iraq y causado bajas en un ejército invasor estadunidense. El constante bombardeo impune de las fuerzas aéreas y los misiles norteamericanos y británicos, comprueba el éxito del programa de desarme unilateral de los inspectores de la ONU. Las Naciones Unidas impusieron sanciones económicas dictadas por Estados Unidos, que mataron a más de un millón de iraquíes incluyendo más de medio millón de niños, debilitando aún más las capacidades de desafío de Iraq. En el Norte de Iraq, Estados Unidos diseñó un protectorado colonial, al armar y proteger a sus guerreros kurdos. Con todo y que, el régimen iraquí protestó enérgicamente contra las violaciones constantes a su soberanía por parte de Estados Unidos y la ONU, la división del país, el bombardeo y el desarme impuesto por Estados Unidos, a fin de cuentas les acabó sometiéndose a cada punto.
El régimen iraquí supuso que su apertura política disminuiría su vulnerabilidad militar, y esperaba que cada concesión le asegurara que las sanciones económicas serían levantadas. Lo contrario fue cierto, cada concesión acrecentó la presión norteamericana. Saddam, debilitó aún más la movilización social iraquí, al prohibir el surgimiento de los movimientos antimperialistas populares, controlando todas las decisiones a través de un círculo muy reducido de generales.
El destape de los movimientos antimperialistas masivos y la resistencia popular, tuvo que esperar a la caída de la dictadura de Saddam.
El convenio que ganó la guerra
Las cámaras de televisión las explosiones de bombas y misiles, los tanques iraquíes incinerados, el avance de las tropas británicas y estadunidenses. Casi todos los reporteros que murieron eran periodistas y fotógrafos independientes que no eran norteamericanos, asesinados por militares yanquis, no por balazos de iraquíes. Los medios cubrieron la resistencia esparcida, la captura de decenas de prisioneros, y sobre todo, las conferencias de prensa de los generales que dirigían la invasión cómodamente sentados desde sus cuarteles en la Florida.
Conforme avanzaban las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña, la resistencia principal provenía de pequeños grupos en los poblados y la ciudad de Basra, en su mayoría, destacamentos iraquíes bajo comando local y guerreros fedayines baazistas (del partido socialista árabe Ba’ath). Para apuntalar la apariencia de una guerra de gran envergadura, y por supuesto para inflar los logros militares de los generales, se magnificó cada tiroteo y cada contienda recibió una importancia exagerada. A medida que la maquinaria bélica norteamericana avanzaba ruidosamente, con escasa oposición militar, los medios de comunicación y los oficiales militares, se lo atribuían al formidable poder y la brillante estrategia militar de Rumsfeld, la agudeza del plan militar de Wolfowitz, y la exhibición de poder del club de aduladores sionistas-militaristas (Kagan, Perle, Kristol, Cohen, Adelman, Feith y Pipes).
Un periodista no adscrito, señaló inconvenientemente que, tal vez la rapidez del avance militar norteamericano se debía a que “la parte contraria” no estaba contraatacando muy fuerte, que Estados Unidos no se estaba enfrentado a fuerzas principales del ejército iraquí, que no se había lanzado ningún misil iraquí de corto alcance y que ningún avión suicida había atacado. Después otro estratega de Washington dijo: “su ejército no estaba preparado” ¡Como si el tan anunciado ataque hubiera sido secreto! Entonces un genio militar de alto rango, declaró solemnemente: “Aprendieron en la última Guerra del Golfo, que serían diezmados en una guerra en el desierto. Se han replegado a las ciudades. Están concentrando sus fuerzas y su armamento en Bagdad para un último enfrentamiento.” Los medios les siguieron la corriente llamándola “Batalla de Bagdad”. Todos los días y a todas horas los periodistas adscritos contaban los kilómetros para la batalla final, especulaban sobre número de tropas y posibles víctimas, sobre cómo manejarían las confrontaciones “de casa en casa” y las “peleas callejeras”.
En las afueras de Bagdad hubo disparos de francotiradores, algunos tiroteos de ametralladoras, por otro lado, el bombardeo norteamericano a los barrios pobres, mercados y hospitales. Miles de civiles quedaron mutilados o murieron, pero nada de eso fue reportado.
Hubo unos cuantos tiros en el aeropuerto, que los medios inflaron a nivel de batalla importante, aun cuando los camiones blindados estadunidenses ocuparon las instalaciones en un par de horas. Fue cuando varias tropas yanquis, salieron heridas tras asaltar las tiendas de vinos y licores del duty free del aeropuerto.
En poco tiempo, las tropas norteamericanas, vehículos blindados y helicópteros entraron a Bagdad sin encontrar prácticamente resistencia alguna, de una ciudad de seis millones de habitantes. Cada disparo que resonaba era amplificado por los medios, para dar la impresión de haber triunfado en un gran enfrentamiento militar. Los principales complejos militares, de inteligencia y petroleros fueron ocupados intactos. Los militares norteamericanos tomaron las secretarías de Defensa y del Petróleo, pero se negaron a luchar contra los grupos de saqueadores que asaltaron las instituciones civiles más importantes por temor o por complicidad con los vándalos. Prohibieron que la policía iraquí interviniera, e incluso, dispararon contra los civiles que intentaron pelear contra los vándalos.
Emblemático de esta guerra fingida, fue el “rescate” de la soldado Jessica Lynch, una joven norteamericana con heridas graves en el sistema motriz, capturada y atendida en un hospital iraquí. Durante su hospitalización recibió tratamiento médico prioritario, incluso, las mismas enfermeras donaron sangre para sus transfusiones. Sin embargo, en busca de pompa y circunstancia, Estados Unidos fabricó la historia de la valiente soldado Jessica: la guerrera adolescente que luchó contra un escuadrón de iraquíes y los mató, siendo llevada a un hospital bajo custodia de unos soldados abusivos, para ser liberada de sus sádicos aprehensores por un grupo de comandos norteamericanos; que combatieron en el hospital, sometieron a las enfermeras y rescataron ágilmente a la soldado Jessica. Cuando en realidad, balacearon y saquearon el hospital, aterrorizaron y esposaron a los doctores, a las enfermeras, incluso, a los pacientes los encapucharon y se los llevaron. No había soldados iraquíes en el hospital, ni ninguna resistencia armada, únicamente los pacientes y el personal médico que había salvado la vida de una prisionera enemiga herida de gravedad.
Lynch, quien nunca había disparado un arma, tenía los huesos rotos y lesiones por el choque que sufrió su vehículo (y no por los balazos y cuchilladas reportados por la prensa mercenaria). La farsa se desenvolvió silenciosamente, mientras las páginas editoriales hacían alarde de la habilidad combativa de los soldados norteamericanas.
Lynch, aseveró sufrir de amnesia, fue despedida honorablemente y, ahora, anda tras un contrato de un millón de dólares para su libro, lo cual no está nada mal para alguien que sufre amnesia.
La guerra de Iraq, fue simplemente la historia de Jessie Lynch a gran escala. Lo que explica la desaparición de la poderosa elite de 250,000 miembros de la Guardia Republicana, la caída de quinientos aviones militares iraquíes, el almacenamiento en bodegas de misiles antitanque, morteros, camiones blindados, toneladas de armamento pesado y ligero; es que, el Pentágono y los generales llegaron a un convenio. Ninguna otra explicación puede justificar que tanques estadunidenses pasaran prácticamente sin impedimento alguno por las modernas carreteras, que los tanques y las tropas pudieran cruzar los puentes hacia Bagdad (que estaban minados pero nunca detonaron) y que miles de tropas norteamericanas entraran campantemente hasta el centro de Bagdad con sólo tiroteos esporádicos. Hubo mucha más resistencia en Basra, An Nassariya, Kerbala y An Najaf, que no estaban bajo el mando central de los generales iraquíes o los altos oficiales de la Guardia Republicana. Las entrevistas con los soldados rasos iraquíes que estuvieron en el aeropuerto, reportaron que hubo una breve balacera seguida de la orden de retirada total.
El convenio aprobado por el Pentágono, ofreció transporte y pasaje seguro para los altos comandantes de la Guardia Republicana y sus familias, a Estados Unidos y otros lugares de asilo seguro; además, de cantidades importantes de dinero. Los que eligieron ir a Estados Unidos, obtuvieron su residencia y eventual ciudadanía. A los oficiales de menor rango, se les prometió altos puestos en el reestructurado ejército iraquí que la ocupación norteamericana establecería. A cambio de ello, el comando iraquí desertor, desmantela las defensas, desmoviliza las tropas y entregan Bagdad.
Además, proporcionan, información militar sobre la localización de las zonas de resistencia y la ubicación de Saddam Hussein, los miembros de su familia y sus fieles adeptos fuera del círculo.
El abandono de las estructuras de mando, primero, trajo una desmoralización y tendencia a formar células locales de resistencia, que eventualmente se reagruparon en redes de guerrilla. El primer procónsul Garner, familiarizado con “el convenio” y buscando crear la transferencia ordenada del poder, propuso reorganizar las fuerzas armadas, reincorporando a una gran parte del ejército anterior bajo el tutelaje de los militares norteamericanos. Esta política, se topó con el fuerte rechazo de los sionistas ortodoxos del Pentágono, que buscaban destruir cabalmente a la armada iraquí y convertir al país en tiranías étnico-religiosas regidas por los militares estadunidenses; para asegurar que, Israel obtenga la supremacía absoluta en el Medio Oriente, y un régimen iraquí dispuesto a entablar relaciones con el Estado judío. En suma, una versión iraquí de la dictadura Hachemita en Jordania.
Cuando Bremer reemplazó a Garner, procedió a implementar los lineamientos de Wolfowitz y Feith, abolió totalmente la poderosa armada iraquí de medio millón de hombres, aumentando así el número de desempleados armados; abriéndoles los oídos a los núcleos originales de resistentes militares que surgieron después de la deserción de los generales. Al incorporarse los militares especialistas en minas, explosivos y tácticas de guerra, aumentó considerablemente la capacidad de la recién formada resistencia subterránea para enfrentar a las tropas norteamericanas con múltiples ataques diarios.
Supuestamente, el que Estados Unidos se concentrara únicamente en el control militar, la extracción del petróleo y las subcontrataciones para la reconstrucción, condujo a demoras prolongadas y, por último, al fracaso del restablecimiento de servicios básicos para 25 millones de iraquíes; engendrando un mar de hostilidad hacía la ocupación yanqui y una nueva ola de reclutas y simpatizantes de la floreciente guerrilla de resistencia. Conforme la resistencia demostraba su eficacia, nuevos luchadores internacionalistas de los países vecinos musulmanes y árabes se les iba uniendo.
El éxito sorprendente de las guerrillas, puede evaluarse de varias maneras: su capacidad para llevar a cabo diariamente, decenas de acciones militares permanentes en una gran variedad de regiones del país; su éxito en el combate de “pisa y corre”, que maximiza las víctimas estadunidenses y minimiza sus pérdidas; su eficiencia para debilitar los proyectos coloniales de oleoductos; su eficacia para ahuyentar a los auxiliares colonialistas de la ONU, el Banco Mundial, el FMI y, muchas ONGs que habrían podido abrir caminos para reclutar colaboradores locales. El punto central de la resistencia, es la idea de que, ninguna reconstrucción puede ser implementada mientras haya el régimen colonial. La “reconstrucción bajo el mandato colonial”, tan solo perpetuará a los nuevos gobernantes y enriquecerá a las compañías multinacionales, las cuales absorberán a las dependencias públicas iraquíes, la infraestructura petrolera, eléctrica, de suministro de agua y demás servicios básicos; y, establecerán enormes bases militares norteamericanas permanentes, debilitando la unidad de la nación.
El futuro de la resistencia
El intento de Estados Unidos, de “regresar el reloj” hacia una época de invasiones coloniales y mandato directo, fue una idea bizarra sembrada entre los imperialistas de la administración de Bush, por los funcionarios sionistas y los extremistas militares. Su meta, no era perseguir tácticas flexibles para crear un nuevo Estado cliente, sino destruir Iraq ahora y, en el futuro, elevar el poder israelí en Medio Oriente. Convirtiendo a Iraq en una economía de subsistencia, forzaron a millones de trabajadores y profesionales capacitados, a que emigraran fuera del Medio Oriente. Persiguieron un régimen presidido por militares norteamericanos y una colección de clientes exiliados endeudados con sus patrocinadores sionistas del Pentágono.
Ahmed Chalabi, es el primer ejemplo.
Sin embargo, esta política de gobernar y arruinar, ha tenido el efecto contrario de incrementar las fuerzas de la resistencia armada, provocando una oposición anticolonialista mayoritaria y debilitando los esfuerzos del mandato de Bush para zafarse de Iraq. Además, Bush ha internacionalizado su gobierno colonial, con soldados mercenarios de Pakistán, India, Bangladesh y Europa Oriental.
El club S (sionista) encabezado por Wolfowitz, ahora reconoce haber “subestimado” el problema de la postinvasión de Iraq. De hecho, su obsesión de defender a Israel a toda costa, aun con las crecientes víctimas norteamericanas, estaba detrás de la política de destruir a los militares iraquíes. El error ideológico, que no militar, de creer que el poder militar acobardaría a “los árabes” hacia una sumisión perpetua. Los errores fueron cometidos siguiendo el modelo anacrónico israelí de la colonización y mano de hierro, tan estimado por el club S, del cual algunos de ellos (Perle y Feith), elaboraron su reporte para Netanyahu en 1986.
Ahora Estados Unidos está enfrascado en una guerra colonial, que según la historia militar ha enseñado, no podrá ganar. En Estados Unidos, republicanos “liberales” como Mc Cain, está a favor de incrementar el número de tropas en la ocupación colonial. Otros liberales y conservadores proponen internacionalizar la guerra, compartiendo cierta autoridad con la doblegada ONU, a fin de introducir de cuarenta a cincuenta mil tropas indias y musulmanas de Asia del Sur. Pero, el clan de Bush, teme que un aumento de tropas le cueste las elecciones; por ejemplo, Rumsfeld quiere más tropas extranjeras, pero sin ceder ninguno de sus poderes ni su poder de decisión sobre la asignación de contratos, estrategia militar y extracción del petróleo.
Bush y sus amplificadores medios de comunicación, se la pasan repitiendo la idea de que la resistencia son simplemente “extranjeros”, “agentes de Al Qaeda”, ”restos de los seguidores de Saddam Hussein” (o del partido Ba’ath); en otras palabras, “fuerzas marginales e insignificantes que serán extinguidas en poco tiempo, cuando las fuerzas norteamericanas peinen las ciudades, poblados y barrios, asistidas por sus redes de informantes y la policía colonial iraquí.” Lo raro es que, en casi un año, con toda la información dispuesta, no lo han hecho.
Estas son ilusiones del colonialismo, necesarias para mantener el apoyo público ante una rápida situación de deterioro. Estados Unidos, todavía no ha reconocido que lo que precedió al 1 de mayo fue una guerra fingida, una guerra mediática ganada a través de un convenio con una elite privilegiada: convenio que permitió a Estados Unidos conquistar a Iraq y sacara de la jugada a veinticinco millones de personas.
La nueva guerra ya lleva casi un año y Estados Unidos no ha progresado en disminuir los ataques ni en capturar puestos estratégicos.
Porque no hay ninguno, la resistencia está en todas partes. Para la gran mayoría de los iraquíes, la meta es la retirada de Estados Unidos de Iraq y la disolución del “régimen interino”. Las nuevas reglas de guerra, las está haciendo un ejército guerrillero altamente motivado, que no está dirigido desde arriba ni de lejos por generales corruptos, sentados en sus sillas amenazados por un gobernante déspota.
Que incluye miles de exsoldados, numerosos especialistas militares, cientos de miles de civiles que han decidido levantarse en armas o proporcionar apoyo logístico a los combatientes. Todos cansados de humillaciones diarias, de sus puertas destrozadas durante las irrupciones nocturnas y el abuso de sus esposas e hijas. Incluye a millones de desempleados y trabajadores empobrecidos, campesinos y profesionistas sin futuro alguno bajo el régimen colonial de Estados Unidos.
Como reporta un periodista del Financial Times: ”Posiblemente, los comandantes norteamericanos tengan que enfrentarse pronto, al hecho de que, están ante la revuelta de una región completa de Iraq: el corazón de la tierra sunita.” Continúa citando a un miembro iraquí de la milicia apoyada por Estados Unidos (Fuerza de Protección Falluja o FPF): “La ciudad entera rechaza la ocupación norteamericana...
Los mujahidines (guerreros islamistas) son habitantes de la ciudad...” Concluyó que: “parece haber un patrón de venganza contra las tácticas agresivas empleadas por la coalición en Fallujah y otros lugares.” Cita a un capitán de la FPF, quien declaró que: ”la resistencia empezó a principios de mayo, después que las fuerzas armadas norteamericanas masacraran a quince manifestantes pacíficos, mataran a una niña pequeña y a varios otros civiles.” (Financial Times, 25 de septiembre de 2003, p. 6.)
Algunas autoridades religiosas (mullahs) reclutados, unos doscientos exiliados importados colonizados y unos cuantos miles de policías, no tienen la menor posibilidad de vencer a la masa efervescente de iraquíes, que relacionan cada acto violento directamente con la presencia del comando militar estadunidense. Toda la propaganda mediática norteamericana dirigida a los iraquíes, no cambia la miseria absoluta de sus vidas cotidianas, la humillación de los constantes insultos y amenazas dirigidos a ellos en las calles, en los mercados.
La arrogante sumisión a la que son forzados los sospechosos capturados, encapuchados y arrojados al suelo, con una bota sobre sus cuellos, un fusil apuntando a sus cabezas, bajo las luces de rastreo de los vehículos blindados y helicópteros. Estas “imágenes de apoyo”, las rutinas del régimen colonial, han desencadenado un odio premeditado, que apenas ahora se ha unido a la guerra contra el imperialismo.
Seguirán realizando convenios, pero cada vez beneficiarán a muy pocos, ya no existe un comando central que acate órdenes o ejecute súbditos desobedientes. Hay traidores e informantes, pero sus vecinos y colegas los conocen y los tratan en el contexto de la resistencia anticolonial. No hay frentes de batalla porque están por todos lados.
En las carreteras, hay minas porque fueron puestas ahí y detonadas por los comandos locales. No hay “una batalla por Bagdad”, habrá mil y una batallas en Bagdad: en cada calle, callejón, casas, azoteas, conjunto de departamentos y mercado. No hay una familia privilegiada a la cual apuntar, ni un líder a quien matar para acabar con la guerra: hay millones de familias y miles de líderes. Esta es una nueva guerra.
Más vale que Rumsfeld y Wolfowitz se preparen para una guerra prolongada e inganable, con víctimas todos los días, lo que con el tiempo los llevará a retirarse definitivamente de la política. Recordemos a Lyndon B. Jonson y a Nixon, recordemos Vietnam. Tantas víctimas significan que, el gigante dormido ha despertado.
http://www.eumed.net/libros/2005/cipaz/2b.htm
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